1. [La Edad Dorada]

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La inclemencia del tiempo había dotado al joven Guts de experiencia y destreza, transformando su cuerpo en proporción al dolor que conllevaba su existencia. Desde hace tiempo, su musculatura fue desgarrada por la enorme carga de las memorias de un pasado tormentoso. La adolescencia le transcurría efímera, a diferencia de cualquier otro joven de su edad, probablemente debido a la atroz crueldad de aquellos duros años que arrebataron su inocencia, a consecuencia de partir de aquel tormentoso lugar que alguna vez se atrevió a llamar "refugio", como única forma de consolarse ante un doloroso sentido de pertenencia y familiaridad, completamente derrumbado por los sucesos en torno a la muerte de Gambino, a mano del ingenuo e ignorante Guts de años atrás, que se había evaporado en las noches atroces de sanguinaria frialdad.

Las raíces de su desdicha eran inexorables, se había sumergido en parajes oscuros y solitarios, donde su gran ballesta fue su único consuelo, su único compañero. Su pasado le demostró que su destino era entregarse a la gloria de la lucha, vivir por ella y encomendarle su espíritu, para probar fortuna cada día, para vivir o morir, para cumplir con el ciclo natural, el único sentido para el insignificante trayecto de un ermitaño en el mundo.

Guts, se había convertido en un joven errante, de espíritu aislado y persignado. Cuya motivación radicaba en la persecución de una tranquilidad temporal que le pudiese brindar un sosiego momentáneo. Temporal calma que, paradójicamente, solo el dolor en su cuerpo y la agitación de la lucha podía proporcionarle. Con cada amanecer que sucedía al anterior, su cuerpo adolorido, adornado por cicatrices que sanaban día tras día, le otorgaron una resistencia inquebrantable. Convirtiéndolo en un hombre cuya mente se volvía tan fuerte como el hierro de su espada, para abordar con resiliencia las hostiles hambrunas, el infortunio del clima y la inestabilidad de su vida como nómada.

Había dado múltiples batallas, cuyo propósito se limitaba a defender su pellejo, que alguna vez fue débil y escuálido, cuya alma fue desgarrada por el tormento, convirtiendo así su piel en una coraza cubierta de acero inoxidable. Sus múltiples heridas le causaron la experiencia de palpar con sus dedos la delgada línea divisoria de la muerte, al enfrentarse a la humillación de su propia existencia entre su cuerpo devastado, hasta el frío gélido de un invierno, rodeado de bestias feroces que aguardaban al acecho de devorar su carne inerte. Una vez más, su socorro fue su gran espada, para convertirse en su santo grial, entre días y noches enteras, recorriendo los campos, laderas inclinadas, fango obscuro e indivisible, colinas inmensas inestables ante los diluvios o las temperaturas ardientes.

Su mente, turbada por las siniestras circunstancias de una vida miserable le marcaron hasta encontrar la paz tan solo en momentos de combate. Donde los hombres, finalmente, se encontraban para decidir quién se sumergiría en el pozo del vacío. Allí, en ese único lugar donde todos los hombres son iguales, en la muerte. Por ello dedicaba noches enteras, a someter su espíritu a retorcidos entrenamientos, con el único objetivo de llevar a sus músculos desgarrados hasta puntos de inflexión que quemaban con cada movimiento, al azotar su enorme espada de acero grueso, contra las armaduras relucientes de aquellos osados que dudaban de su mirada que ocultaba aún la ilusión de la juventud.

Pronto cumpliría dos décadas de su existencia, no obstante, ya había perdido la cuenta como para percatarse de cuánto tiempo había transcurrido, su mente solo se encontraba a sí misma entre la sensación del hierro, siendo atravesado por su fierro, el recuerdo de los ojos desorbitados de aquellos que dieron su último suspiro bajo su yugo, perdiendo en el combate el honor, recompensado con el sustento del joven errante. Aquel era su único método de subsistencia, además de su razón para seguir en pie, sus intereses se limitaban a rodearse del oscuro éxtasis de la guerra.

En tiempos como aquellos, la primavera prometía ser más grata, la paga sería más fructífera en aquellos territorios agrícolas en el norte alemán. Escuchaba el trino de los pajarillos dando su dulce bienvenida a la madrugada de esos abriles. Entre el cántico natural de una madrugada se perdían los gritos y murmullos de hombres acalorados por la fiebre sanguinaria de un combate mortal. Los caballos relinchaban, daban la premonición del enorme hombre que se avecinaba con una armadura completa, cargando en su mano izquierda un gran mangual rodeado de enormes púas que giraban a gran velocidad. Guts, en cada milisegundo, perseguía con su mirada depredadora cada movimiento de su contrincante.

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