Han transcurrido dos años, desde aquel nefasto accidente en donde Selene sigue sin recuperar la memoria bajo las cálidas manos del empresario ruso Vlad Zelenskiy.
Por otra parte, el Jefe de los Yakuzas entrelaza relación con Dimitri para buscar ven...
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🗡SELENE🗡
—¿Señorita se encuentra bien ?— es la octava vez que un conductor mayor me preguntaba.
Tal vez, mi facha se ve demasiada horrible luego de aquella caída.
Asiento con una leve sonrisa pese a que el ardor en mi brazo por una pequeña raspadura que incrementaba el dolor también.
Los ojos del hombre se profundizan por el retrovisor a cada rato, como si estuviera preocupado de lo que me ha sucedido.
Cierro los ojos con el único objetivo de volver a donde Vlad, tal vez sea una mala idea pero es el único lugar que conozco en toda la ciudad, además Artemis se despertará llorando si no me ve temprano.
Respiro hondo al notar que hemos dejado atrás a cada uno de ellos.
—¿Tardaremos en llegar ?— pregunto.
No conozco muy bien Ankara y las veces que he salido lo he hecho con Vlad, otras he ido directamente al restaurante por lo cual no está lejos de casa.
Niega — No, ya casi... — se detiene al responder — Pero, ¿Qué sucede ?— cambia de tema tras volver a mirar por el retrovisor así que también me giro con toda mi visión a la parte trasera del taxi.
Las luces de una motocicleta se encienden y apagan rápidamente y los latidos de mi corazón empiezan a retumbar.
— Hace rato pasó junto a nosotros— alega hablando sobre la motocicleta.
No tengo un buen presentimiento.
El rugido tosco del motor al pasar a nuestra derecha inunda el interior del coche, mismo que frena y mi cuerpo se mueve hacia adelante con violencia golpeándome con el asiento delantero del copiloto.
— Pero que se cree ese delincuente — bravea el hombre llevándose una de sus manos a la nuca, que no tarda en quejarse de dolor.
Ambos elevamos la mirada al frente encontrando una silueta, la cual pertenece al dueño de la motocicleta bajar de ésta.
No tarda en extraer el casco y me quedo fría al notar de quien se trata al mismo instante que lleva su celular a su oído.
— El seguro — menciono con temblor en mis labios.
El señor se da vuelta al no comprender —¿Eh?—.
Trago saliva y vocifero —¡ El seguro a las malditas puertas !—.
Me alejo un poco y noto que estamos en una carretera abierta, aunque no falta mucho para llegar en auto pues si, lo está a pie.
Dos toques en la puerta me alertan —¿Qué sucede?— pregunta el hombre ya que no entiende lo que está pasando.
