II

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Enid le sonríe a la señora Holt.

Es la secretaría de la directora Weems; una vieja gorgona que usa gafas de montura muy gruesas y lleva el cabello cubierto por una máscara de seda color blanca. Enid piensa que en su juventud la señora Holt pudo ser una persona muy atractiva. Sus labios tienen forma de corazón y se delinea las cejas que son delgadas como dos hilos, parece sacada de la películas de cine mudo que su padre... Murray Sinclair le gustaba poner.

— ¿Te ha citado temprano?

— Sí...

La señora Holt se endereza un poco antes de comenzar a mecanografiar frente a ella. Aparte de Willa, cree que la señora Holt es la única persona del universo que todavía usa una máquina de escribir.

— ¿La espero aquí?

— Oh, puedes sentarte, te llamaré cuando se desocupe. Larissa está con un alborotador ahora mismo.

Enid sólo asiente. No quiere molestar más a la señora Holt.

Corre rápidamente al asiento desocupado en la hilera pegada junto a la pared. Hay algunos cuadros de personajes que no conoce para nada y a su lado una mujer se sienta abrazando lo que es una bolsa de trabajo; de cuero negro en el que se puede apreciar algunas hendiduras por el desgaste y el uso.

Intenta no mirar de reojo porque su madre... Esther Sinclair le decía que era de mala educación. Pero, como la reina de los chismes autoproclamada, no puede evitarlo. Así que le echa una leve mirada de reojo. En su pecho hay un pequeño tirón que hace que sus dedos tiemblen levemente. La mujer parece sentir la mirada de Enid, por lo que de forma torpe le dedica una sonrisa que sin duda debe ser idéntica a las que Connell le ha dado todo el verano. La mujer responde con una ceja enarcada, casi desafiante. Enid piensa que hay mucho en ella para percibir, aparte del aire de misterio, en sus ojos se desdeña una melancolía tan profunda que resuena en esas paredes empolvadas cubiertas de halos de luz que vienen de las grandes ventanas. Un enigma, pero no del estilo de Willa. Sino que resuma una soledad que le resulta tan deprimente. Le recuerda a ella misma el último día del verano, sentada en el peldaño de esa casa abandonada a media construcción, mientras una grupo de adolescentes posiblemente intoxicados estaban iniciando una fogata con objetos incinerables. La misma soledad que venía con las corrientes heladas irlandesas. No recuerda el resto de las cosas, ni siquiera conocía esos chicos. Sabía que el tipo que la invitó era Eric su vecino, que la chica con la que se besó y la cual le tocó una teta se llamaba Rachel; era pelirroja y tenía la cara llena de pecas. Sus labios sabían a pintalabios sabor cereza y sus manos estaban humectadas. Había estado mirando a Enid desde que llegó como un animal hambriento y cuando tuvo la oportunidad se presentó con todas las intenciones de terminar en algo sexual. Pero, Enid no quería eso. Se dejó besar por Rachel, sí. ¿Se arrepintió? Casi al instante. En realidad terminó vomitando. Ni siquiera sabe porque le llega ese recuerdo. Se sonroja con facilidad y la mujer deja de verla y parece tan meditabunda que Enid se concentra en sus garras que se han salido levemente.

— Dejame adivinar, ¿Te metiste en un problema?

Enid se gira para ver a la mujer. Menea la cabeza de forma negativa y nota que lleva una camiseta negra con la cara serigrafiada de Han Solo. Así que deduce que es fanática de Star Wars, algo muy raro para los estudiantes de Nevermore, que se sienten impugnados por la cultura popular. Enid lo entiende demasiado bien, ella misma se siente igual. No es lindo ver como desfiguran y recrean a los de tu especie. Las cosas se pusieron incluso muy turbulentas después de la segunda película de Twilight. Según Yoko, sus tíos, un grupo de vampiros de Staten Island casi arman una revuelta ante lo sucedido. << El tío Laslo se sintió muy ofendido cuando Edward Cullen brilló ante el sol. Pero el tío Nandor quería brillar de esa forma, patéticos... — le había dicho. >> Enid no conocía personalmente a los tíos de Yoko, pero, pensaba que eran vampiros demasiado ocurrentes.

Exile; Wenclair.Where stories live. Discover now