Capítulo 43. Conectar los puntos

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Todas se ríen, y algunas hasta hacen pedos con la boca. Me cuesta mirar a Daisy, porque sé que probablemente está a punto de llorar otra vez, pero cuando lo hago noto que ha levantado la barbilla y cerrado los puños. Parece una Winx antes de transformarse en su versión mágica.

-¿Vamos a quedarnos toda la tarde hablando de mí o entrenar? Antes estaban haciendo sentadillas, ¿es correcto?

Daisy se zafa de las manos de Laia y baja en sentadilla, pero las porristas vuelven a reírse ruidosamente. En momentos como este, quisiera llevar dardos en mis bolsillos.

-"Daisy"- Jana, sentada dos escalones más abajo de mí, saca su móvil y lo apunta hacia la recién nombrada-. Hasta su nombre es infantil.

-Basta ya-. Otra vez, no me reconozco cuando hablo. Mi voz retumba por toda la cancha mientras pregunto: -¿En serio van a seguir con esto toda su vida? ¿No se cansan de ser odiosas?

Las porristas se quedan boquiabiertas. Algunas me miran con lástima y reprimen una risita.

Estoy segura de que Laia y Jana han fingido no notarme porque sabían que, de un momento a otro, iba a interrumpir sus burlas para defender a Daisy. Tal vez he sido estúpida y he caído en su trampa; tal vez, después de lo que pasó en clase de mates y en el autobús, todavía no he aprendido a cerrar el pico, pero ya no me importa. A veces tengo la sensación de que el mundo entero quiere callarme, y que, si pudieran hacerlo, me encerrarían en veinte cajas dentro de otras veinte.

-¿Ustedes han escuchado algo?- Laia se pone muy seria y rodea su oreja con una mano para fingir que está pendiente de otro ruido.

-Sí, como un zumbido- contesta Jana, sin voltear a verme-. Tal vez solo fue un mosquito molesto y frijolero, chicas.

La risa se extiende como una epidemia entre las porristas, que me indican y se cubren las bocas con las manos.

A veces, pienso mientras mi mandíbula se tensa, quisiera matar a todos. Sé que suena mal, pero conozco a demasiada gente que se lo merecería. Si personas como Laia no existieran, mi vida en este instituto sería más fácil, así como la de Daisy y de quién sabe cuántas más chicas.

Un día, cuando vivía en Florida, escuché un discurso de Steve Jobs en la tele. Siempre he admirado a Steve Jobs, así que, cuando dijo que "No puedes conectar los puntos hacia adelante, solo puedes hacerlo hacia atrás", decidí creérmelo.

Ahora, sentada en las gradas de una escuela desconocida y con dieciséis chicas que se ríen de mí con tan solo verme, confiar en que los puntos se conectarán alguna vez en el futuro me parece ridículo.

¿Para que me sirve sufrir acoso escolar? ¿A qué chirriones se va a conectar eso?

Por suerte, antes de que Laia pueda soltar más comentarios hirientes, se escucha un silbido en la lejanía y una marea de chicos exaltados se derraman por la cancha.

Todas voltean a verlos mientras se disponen por el pasto para empezar con los entrenamientos, y yo suelto un suspiro de alivio. Nunca en mi vida he sido tan feliz de ver a veintidós chavos todos juntos.

-¡Hola, muñecas!- exclama un morro alto y musculoso acercándose a nosotras. Viste la uniforme del equipo de fútbol y tiene una cara conocida.

-¡Alvin!- Jana se lanza literalmente entre sus brazos y levanta su móvil en el aire para sacarse una selfie juntos.

Alvin...

Alvin es sin duda el chico que el lunes estaba coqueteando con Jana en el comedor. Me pregunto si será el mismo que se peleó con mi hermano.

-¡Estoy segura de que van a ganar!- chilla Jana, pegándose más al cuerpo tonificado del chico-. Eres mi campeón.

Los dos se rozan con las narices y se enredan en un abrazo. O sea, prácticamente se están frotando. Es tan repulsivo que me dan ganas de arrancarme la piel.

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now