—Solo quiero conversar con él —murmuro pacífica—. Anda, ustedes lo vieron. Necesito saber porqué esta última semana siempre me trató mal en todos los entrenamientos.

Quizás fue porque lo dejaste caliente, Blair. Quizás...

Mushu y Pipa se miran entre sí como si fueran unos padres a punto de darle la aprobación a su hija para salir de fiesta a la madrugada y terminan asintiendo.

—Vale, pero ve con cuidado que creo  que Rogger va a quitar las cosas de entrenamiento del cuarto de madera. Es ese donde se quedaron encerrados la otra vez y dudo que tenga ganas de que le suceda devuelta. Y menos contigo.

Auch.

Nah, mentira. Yo tampoco quiero que eso suceda. De verdad.

Le respondo con un gesto divertido de manos y empiezo a corretear hacia los rastros de las huellas de mi capitán en la arena. Mi maldito capitán que no me dirige ni una sola palabra desde el beso no beso. Ese que me las va a pagar. Ese que... Ay Dios, ese... ese...

Ese que tiene su espalda desnuda al frente de mí.

¿Cómo hice para alcanzarlo tan rápido?

Zayn tiene su melena sujetada por una coleta negra. En su espalda está perfectamente trazado un tatuaje de una arma, en el descansan varias gotitas de sudor, y en sus piernas... ejem, bueno, digamos que en términos apropiados solo hay una bermuda que se ajusta en los lugares adecuados.

—Hola, devuelta, ¿te acuerdas de mí?  —lo saludo de repente. La voz gélida, ni si quiera recuerdo cual fue la última vez que me dirigí hacia él. A pesar de que me oye, no se toma la molestia de contestar y eso hace que rebalse mi vaso de odio acumulado hacia su persona en esta semana—. Mira, rubito, aquí es todo muy fácil, o me contestas, o me contestas, y no vale hacerte el sordo porque...

Se da la vuelta, lento y, aún sin mirarme, abre su boca mientras mis ojos descienden por su abdomen sin ningún tipo de filtro:

—Quizás si lo fuera tendría el privilegio de no escuchar tus chillidos a diario. Bendito privilegio.

Mis mejillas se ponen rojas de la impotencia.

—Pues mira, no lo eres y lamentablemente me deberás escuchar.

Enarca una ceja y aprieta los dientes.

—Vale. Habla.

Sonrío de punta a punta y él se cruza de brazos.

—Bueno, gracias por dejarme contarte mis problemas, ya me siento como tu amigui —ironizo mirándolo mal para luego proseguir—. El caso es que te comportas como un gilipollas conmigo y no me apetece que seas así. No me agrada porque ye pones rollo pesado y eres insufrible. ¿Comprendes? ¿Sí? Vale, muy bien. Después, no me miras a los ojos, de hecho ahora ni si quiera me estás mirando, solo existes y ya. Y antes no nos pasaba eso. Es decir, nos llevavamos para atrás, pero podíamos vernos. ¡Ahora ni si quiera eso! Me parece terrible. Me gustaría solucionarlo para que al menos los soldados no me pregunten todo el tiempo porqué me odias, ¿lo pillas? ¿Tú crees que puedes responderme esa pregunta? Porque yo no. Y mira que la he reflexionado varias noches, eh. Demasiadas. Mi conclusión es que te caigo mal por tener el pelo azul, porque otra no hay. Tú ni si quiera me conoces tanto como para odiarme. Es injusto. Yo intentaré darte otra oportunidad, pero tú...

Y cuando menos me lo espero, levanto la mirada y descubro que el rubio ya se fue. Me acaba de dejar hablando sola y gesticulando con mis manos mientras me dirijo a un trozo de madera.

Bien.

Ya recuerdo porqué me caía mal. Es más astuto de lo que aparenta.

Besos en Guerra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora