Prefacio

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— …. Y por eso Dios, nuestro Señor aseveró que nosotros somos amados para amar y bendecidos para bendecir. — hablo con entusiasmo mientras que noto que todos tienen sus ojos puestos en mí atentos a cada una de mis palabras — Amemos a nuestro prójimo, tengamos un poco de empatía y pongámonos en los zapatos de los otros. No digo que des todo lo que tienes solo para estar bien con el Señor, no, pero puedes compartir de buen corazón y no por obligación al que lo necesites.

Escucho los murmullos y las ancianas que siempre se sientan adelante, persignan cogiendo el rosario con fuerza.

— Palabra de Dios… — alzo la Biblia.

— Te alabamos Señor. — finalizan.

Me siento junto a los monaguillos mientras recogen la limosna y los jóvenes cantan María ven. Siento paz y gratitud en cada misa que realizo porque eso me hace estar más cerca de Dios, por ello, cierro mis ojos inundado por las melodiosas voces, hipnotizándome como el canto de una sirena.

Cuando finalizan, me pongo de pie para luego dar la debida oración e ir en busca del Santísimo, todos se levantan en modo de respeto que se le debe. Al localizarme nuevamente en el estrado hago una leve reverencia y limpio la copa mediante oro, vierto en ella vino y en otra pequeña copa coloco las hostias. La alzo y los presentes se hincan a profesar sus pecados silenciosamente.

— Tomar y beber, todos de ellos… — susurro para mí con una pierna en el suelo.

Me persigno y bebo el vino que pasa lentamente por mi garganta quemando todo a su paso. Limpio la comisuras de mis labios con una servilleta.

Agarro el micrófono y digo:

— Que la paz esté con vosotros.

— Y con su espíritu.

— Levantemos el corazón. — prosigo.

— Lo tenemos levantado hacia el Señor.

— Demos gracias al Señor.

— Es justo y necesario. — responden al unísono.

— ¿En verdad es justo y necesario…

Las puertas de la iglesia se cierran mostrando a una figura sin rostro ya que lo cubre un velo negro, se sienta de última sin mostrar la cara y algo en mí despierta, la curiosidad.

Fui trasladado hace dos años a un pequeño pueblo de Florencia donde todos se conocen y a todos conozco, mi meta es que no sólo las ancianas vinieran a oír la misa, si no que todos como buenos católicos escuchemos los mensajes de Dios para reflexionar en la semana o por toda la vida; sin embargo, esa figura femenina no la había visto desde que llegué aquí. El monaguillo que está a mi derecha carraspea haciendo que vuelva a la realidad, todos me observan expectante y me encuentro con la Madre Superiora Lourdes que sonríe un tanto confundida por mi abrupto silencio.

— Pueden sentarse los que no comulgan. 

Los niños se sientan y hay personas de tercera que se quedan en sus puestos que no tienen la fuerza necesaria de mantenerse mucho tiempo parado, así que, mientras algunos hacen la fila, yo me acerco a un señor de noventa años que tiene sus manos arrugadas y arrugas por todo su rostro, le sonrío con familiaridad ya que lo veo todos los domingos.

— Padre. — susurra.

— Señor Félix — golpeo suavemente sus hombros — Cuerpo de Cristo.

— Amén. — abre su boca con un tics de tembladera por la edad, saca la lengua y coloco en ella la hostia.

Me devuelvo al centro donde se puede admirar la imagen del Cristo muerto, repito una y otra la misma oración hasta que llega a esa misteriosa mujer que llegó a mitad de la misa. Quita el velo negro dejando vizualizar una larga y espesa cabellera rizada color castaño claro, sigue con la cabeza agachada por lo que carraspeo.

Los Pecados de Giulio (En Pausa)Where stories live. Discover now