13. La verdad

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Ya había olvidado lo cavernoso que era el interior de la cámara del rey: los muros eran de caoba negra y no había ventanas; los techos eran altos y los candelabros dejaban caer sobre nosotros una tenue luz.

Nos sentamos en unas elegantes sillas rojas que, aparte de una librería y un escritorio grande, eran los únicos muebles que había en la habitación. HyungWon, SaRa y yo permanecimos en silencio y esperamos al rey: HyungWon se mordía la uña del pulgar y movía la pierna con nerviosismo; SaRa mantuvo las manos en el regazo y se quedó con la mirada perdida y sin expresión alguna en el rostro.

Momentos antes, en cuanto entramos en el castillo, el perrito pomerania de la reina comenzó a ladrarnos. A mí me gruñó, pero fue evidente que le daba mucho gusto ver a HyungWon porque no dejó de lamerlo; SaRa corrió tras él cuando lo oyó ladrar.

Palideció al vernos; se detuvo y se nos quedó mirando. HyungWon le preguntó si se alegraba de verlo y ella, en lugar de responder, envió a un duende que andaba por allí a buscar al rey. Luego nos condujo hasta su cámara para esperarlo.

SaRa le entregó el perrito a Ludlow, uno de los duendes, y nos indicó que nos sentáramos. Aguardamos en silencio durante un rato que me pareció eterno, pero lo más seguro es que sólo hubiesen pasado unos minutos.

—No has debido venir —dijo SaRa por fin.

—Ya lo sé —contestó HyungWon.
—Tampoco has debido traerlo —agregó.

—Ya lo sé —repitió él.

—¿Por qué has vuelto? —preguntó la reina.
—No lo sé —contestó HyungWon un tanto irritado.
—¿Que no lo sabes? —gruñó SaRa—. Te va a matar.
—Sí, lo sé —contestó HyungWon en voz baja.
—No se lo voy a permitir —atajé con firmeza y HyungWon se volvió para mirarme.

—Discúlpame, Príncipe, pero eres demasiado ingenuo —dijo SaRa.
—Tengo un plan —repliqué; sonaba más convencido de lo que en verdad estaba.

—KangDae nunca te dejará ir —dijo la reina en tono de advertencia.
—Sí lo hará —insistí—. Sólo tengo que ofrecerle a cambio algo más valioso y grande que yo.
—¿Y qué es eso a lo que te refieres? —preguntó SaRa.
—Mi reino.
HyungWon trató de cambiar de tema: señaló dos espadas que colgaban de la pared y explicó que, aunque con la mayoría de las espadas de metal se podía matar a los Vitt, KangDae guardaba un par especial fabricado con platino y diamantes; las utilizaba en todas las ejecuciones y de esa forma se aseguraba de no fallar.

No entendí por qué HyungWon creyó que un comentario así podría aligerar el ambiente, pero no importó porque en ese momento se abrieron las puertas de la cámara y entró el rey.

HyungWon dejó de agitar la pierna en el acto, y sólo dejó caer la mano sobre su regazo. KangDae nos sonrió y eso bastó para que se me pusiera la piel de gallina; SaRa se levantó al verlo y yo hice lo mismo, pero HyungWon tardó más en reaccionar.

—Así que por fin lo has traído —dijo KangDae mientras miraba a HyungWon con furiosa altanería.
—Yo no lo he traído —dijo HyungWon—.Él me ha traído a mí.
—¿Ah, sí? —KangDae se sorprendió pero asintió, como aprobando la respuesta—. Encontraste mi basura y decidiste devolverlo como te pedí.
—No —dije—. HyungWon se irá conmigo cuando me vaya de aquí.
—¿Cuando te vayas? —preguntó KangDae, y luego su risa resonó en las paredes—. Oh, mi querido y dulce Príncipe, jamás saldrás de aquí.
—Aún no sabes lo que he venido a ofrecerte —agregué.
—Todo lo que quiero ya está en esta habitación. —KangDae llevaba un rato caminando despacio en círculos alrededor de nosotros; HyungWon no dejaba de observarlo, pero yo no me atrevía.
—Pero no tienes Förening ni ninguna otra parte del reino Tyll —dije—. Ni siquiera lo que queda de Oslinna te pertenece. Quizá la hayas dejado desolada, pero el territorio aún es nuestro.
—Me apoderaré de tu reino —dijo KangDae, y oí su voz detrás de mí.
—Tal vez —repuse—. Pero ¿cuánto tiempo tardarás en hacerlo? El simple hecho de tener en tus manos a el Príncipe no te asegura la victoria sobre los Tyll. Tan sólo conseguirás que combatan contra ti con mayor fiereza.

3. The ascent - HYUNGKI -SHOWKI- CHANGKIМесто, где живут истории. Откройте их для себя