7. Nueva vida (Wojtek)

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Varsovia, octubre/diciembre de 1945

Nette dormía plácidamente en su cuna. Era un bebé que apenas lloraba, solo si tenía hambre o necesitaba un cambio de pañal. Por suerte, Wojtek había sido capaz de alimentarla y el bebé había logrado sobrevivir los primeros días desde la liberación de la ciudad.

Tuvo suerte que los soldados que lo interceptaron lo socorrieron al ver que llevaba al bebé recién nacido. Lo habían seguido después de ver que llevaba un bebé y decidieron echarle una mano. También ayudaron a enterrar a Beata en una fosa con lo que pudieron y buscaron mantas, ropa y leche para la criatura entre las ruinas de la ciudad.

—Tengo dos hijos. No me gustaría que ellos pasaran por esto —dijo uno de ellos cuando Wojtek les dio las gracias por enésima vez, obviando que mucho no le importaban los hijos de otros. De no haber sido por ellos, Nette podría haber muerto ese mismo día de hambre y frío.

No pudo encontrar una nodriza —eran excesivamente caras—, pero los dos rusos le consiguieron leche en polvo y pañales limpios. Con los días, comenzó a surgir una amistad entre ellos y pronto le pidieron a Wojtek que les diera clases de polaco. Iban a quedarse por un tiempo y era importante perfeccionar el idioma. Wojtek aceptó porque enseguida corrió la voz y vinieron más soldados para aprender y ello conllevaba que pagaban con lo que podían, así que Wojtek pudo sacar adelante al bebé con pocas dificultades.

Más tarde, recuperó su verdadero nombre e ingresó en el Partido Obrero Unificado Polaco y debido a su pasado en la resistencia pero, sobre todo por su amistad con los soldados que lo aconsejaron a que se afiliara, no le costó hacerse un lugar en él e incluso pudo formar parte del comité que iba desnazificando el país. Wojtek había coqueteado con el comunismo en su adolescencia, así que no le costó asimilar el nuevo régimen que por otro lado eran quienes habían liberado Polonia de la tiranía de los nazis. Ello mejoró sus condiciones socioeconómicas y pudo trasladarse a una casa sin ruinas donde poder criar mejor a su hija y no depender únicamente de la voluntad con la que le pagaban los soldados durante sus clases de polaco.

Wojtek había improvisado con unas sábanas una especie de mochila para cargar a Nette, inspirado por una ilustración que vio hace años de una mujer africana con su hijo. Con ella podía ir libremente por las calles y llevarla a su trabajo, donde le habían puesto una pequeña oficina donde desempeñaba sus tareas del comité. Adoraba sentirla contra su pecho y olerla y sabía que su hija sentía lo mismo, pero conforme iba creciendo, sabía que no podía llevarla siempre allí. Necesitaba una niñera, pero las que había buscado no le habían gustado hasta ese momento.

Cuando Nette tenía ya nueve meses, Wojtek la llevó a pasear por el parque, aprovechando que el tiempo todavía no era demasiado helado cuando encontró a alguien que no imaginaba ver por allí. De haber estado en Cracovia no le hubiera resultado tan extraño, pero allí en Varsovia no la esperaba y menos en aquellas circunstancias.

Gośka estaba sentada en un banco, con un vestido pasado de moda y la cabeza cubierta con un pañuelo. Wojtek se sorprendió. Gośka no era judía y lo último que supo era que era la amante del comandante de Płaszów. Cuando un transeúnte al verla la escupió, Wojtek pudo ver que le habían rapado el pelo y la habían marcado. No era la única mujer con ese destino con la que se habia cruzado por Varsovia.

Había perdido la cuenta de cuántas mujeres habían corrido la misma suerte solo por haber escogido ser «putas de los nazis» y las estaban represaliando rapándolas y señalándolas, convirtiéndolas en escoria. A los colaboracionistas en general los apresaban, torturaban e incluso ejecutaban, pero el destino de las mujeres que colaboraban a veces podía ser peor que la muerte, ya que al mantenerlas con vida, quedaban a merced del escarnio público.

La promesaWhere stories live. Discover now