5. La lista (Solly)

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Una vez en la ciudad, compró el primer billete de tren hacia Varsovia y montó en él. Cuando el tren comenzó a partir, se recostó y se quedó dormida enseguida. No quiso despedirse de Cracovia.

Solly volvió a su barracón. Allí estaba Itzhak Stern, el contable de Schindler. Llevaba una pila de folios mecanografiados. La lista de la que se hablaba.

—Lehmann, Schindler te está buscando. Ven conmigo.

Solly fue con Stern a la puerta de su barracón y allí se encontraba el orondo Schindler. En otras circunstancias lo habría odiado por su relación con Gośka, pero los años pasados en el gueto y en el campo, unidos a su afán por sobrevivir, hicieron que pasara aquello por alto. Además, Schindler no era como los otros nazis. Aunque al principio sus obreros le importasen poco, con el tiempo pudo ver que de verdad se preocupaba por ellos. Estaba redactando esa lista para salvarles la vida. Lo que Solly no sabía si él estaba dentro de ella. Le había dicho que sí a Gośka para no preocuparla demasiado. Allí no lo apreciaban demasiado. No le había importado entregar a los que intentaron pisotearle y los numerosos favores que tenía que hacer no le habían granjeado muchas amistades, por no hablar del miedo que le tenían por si los vendía a cambio de cigarros y putas. Solly reía entre dientes cuando insinuaban que se beneficiaba de ellas. Ninguna en su sano juicio habría querido acostarse con un judío. Les preguntó a bocajarro:

—¿Para qué me habéis llamado? Vais a restregarme la puta lista esa y vais a decir que estoy fuera de ella, seguro.

Stern pasó las hojas por la lista y al llegar a cierta página, se la enseñó. No se inmutó cuando vio «Solomon Lehmann» mecanografiado.

—No deberíamos haberte incluido en ella, pero Schindler se empeñó. Si tienes que darle las gracias, dáselas a él —dijo Stern.

—No voy a dárselas.

—Tampoco las espero —intervino Schindler con jovialidad. Eres joven y apuesto y tienes recursos para sobrevivir, por lo que no haría falta que estuvieras dentro, pero tu picardía me es necesaria. Todavía necesito muchos favores allá en Checoslovaquia y me eres útil para realizarlos. Por eso te he metido. Ahora, si no quieres, háznoslo saber porque hay personas que merecen más que tú estar dentro.

—Mira quién fue a hablar de moralidad. Por mi, podéis meteros la lista en el culo. Me importa una mierda si estoy dentro o no.

—Sería una lástima. Gracias a ti y a esa jovencita tan mona a Göth lo han puesto de patitas en la calle. Un talento como ese no se puede desperdiciar.

—Te recuerdo que te la tiraste en la fábrica. Yo mismo os vi.

—¿Seguro? Puede ser, este país está lleno de mujeres guapas.

Stern, que no sabía dónde meterse, tuvo que interrumpirlos:

—Lehmann, aparte de eso, te hemos llamado porque necesitamos tu ayuda. Bueno, más bien la de tu amiga, Małgorzata Biała. Esa a la que llamas Gośka. Es la amante de Göth y seguro que sabe qué ha sido de Jakub. Hace días que su madre no sabe de él y está preocupada.

Jakub era el último mozo de cuadras de Göth. Un adolescente que sentía admiración por Solly y que gracias a su influencia, había entrado a trabajar dentro de la casa, creyendo que aumentaría sus posibilidades de supervivencia. A veces Solly, en sus momentos de celos y desesperación, sospechaba que Gośka lo había seducido, porque Göth lo vigilaba constantemente y le había dado más de una paliza. Unos días antes de que Göth fuera destituido, había desaparecido. O al menos eso era lo que creían todos. Si les decía dónde estaba, al menos se quedarían tranquilos. Al menos a ellos se lo podía decir en ese mismo momento.

—Lo mandé a la ciudad. Göth estaba a punto de matarlo y gracias a uno de esos nazis a los que le he hecho tantos favores, le conseguí un carné falso, creyendo que era para mi. Si hubiera estado un día más, habría muerto. Allí le irá bien. Tengo contactos en la Resistencia que espero que lo acojan. Como veis, me preocupo de las personas.

Solly apreciaba a Jakub. Le ponía nervioso su servilismo excesivo, pero sentía lástima de lo que sufría con aquel cerdo. Tuvo que sacrificar su propia identidad falsa para salvarle la vida. Por eso no podía irse con Goska, ya que en realidad su plan era huir con ella bajo esa identidad. El chico apenas tenía diecisiete años y Solly lo veía como una versión más joven de él. Era un desperdicio que lo mataran y ni él ni su madre trabajaban en la fábrica, por lo tanto no entrarían en la dichosa lista.

Stern lo miró fijamente. Supo que no mentía. Al menos Lehmann por una vez en su vida se había preocupado de alguien.

—Ya os he dicho que no me importa si me metéis o no. Si me mandan a Auschwitz, al menos podré encontrar a mi hermana.

—Auschwitz es una muerte casi segura. Es mejor que vengas con nosotros —replicó Schindler. Sabes cómo os trato yo y cómo os tratan los demás. Serías estúpido si te negaras. Un talento como el tuyo es necesario y prefiero tenerte conmigo.

—Porque gracias a gente como yo te has llenado los bolsillos. A mi y a Pfefferberg nos has usado como tus recaderos.

—Si hubieras estado en el otro lado habrías hecho lo mismo.

Solly tuvo que admitir que ahí tenía razón. Stern, nervioso, volvió a la lista.

—Entonces, ¿te quedas o no?

Solly titubeó. Si se iba a Checoslovaquia, estaría más lejos de Lena. Estaba dispuesto a irse a Auschwitz a buscarla si era necesario. Pero sabía que podía ser una misión suicida. Uno de los rumores más extendidos era que a los prisioneros de los campos como Auschwitz eran asesinados en grandes cuartos donde los rociaban con gas. Solo de pensar que su hermana podría haber acabado ahí lo mortificaba todos los días. En el gueto la había protegido todo lo que había podido y no se perdonaba que ella hubiera acabado en otro campo. Pero la única oportunidad para poder hacer algo se la había llevado un infeliz de diecisiete años.

Por primera vez, Solly se vio atrapado en sus circunstancias. Quería y no quería ir a Auschwitz, pero sabía que sus probabilidades de supervivencia se reducirían si iba allí. Si se iba con Schindler, al menos una comida caliente y un lecho decente no le faltaría. Eran motivos egoístas, pero sin ellos, no se subsistía. Además, Schindler seguía manteniendo contactos con los altos cargos. Si lo usaba un poquito, podría sacarle más información valiosa. Entonces, tomó una decisión.

—Está bien. Me quedo. Pero con una condición.

Una vez la expuso, Schindler le ofreció la mano.

—Haré lo posible por encontrar a tu hermana y la sacaré de allí. Lo prometo.

Stern seguía revisando la lista, ajeno a aquel giro de la conversación. Los tres sabían que era una promesa que no se cumpliría, pero al menos mantenían a Lehmann como un ayudante. Era preferible que estuviera con ellos y no acabara en manos de otros. Todo el campo sabía de sus pocos escrúpulos. Le ofreció la mano también y con ello sellaron su acuerdo.

Días después, todos los judíos que estaban en la lista partieron hacia Brünnlitz, la ciudad natal de Schindler donde trabajarían en su fábrica, esta vez enfocándose en la industria del armamento en lugar de los esmaltes. Solly pensó en todo el dinero que había gastado Schindler en traer a nada menos que a más de mil judíos para llevárselos a otro país y que trabajaran para él. Sí que debían ser importantes. Había conocido la avaricia, la maldad y los oscuros propósitos de la gente, pero al ver que había incluido a todos los niños en la lista, tuvo ganas de llorar. Supo que Schindler en el fondo, a pesar de su cinismo y su afán de hacer dinero y favores, conservaba cierta humanidad. Los niños siempre eran los más perjudicados y en el gueto había visto morir a más de uno.

Solly se planteó si en el fondo todo valía para sobrevivir. Si alguien como Schindler, un empresario que le lamía el culo a los nazis había cambiado tanto como para poder salvar a una gran cantidad de judíos, por qué no él, que era uno de esos judíos no mostraba ni la mitad de humanidad cuando no dudó en entregar a varios de sus compañeros. Algunos de ellos todavía le pesaban. Incluso Gośka, que había quedado desamparada ya que al final la había abandonado. Había salvado, o eso esperaba a Jakub, pero posiblemente había perdido al amor de su vida.

Y ese no era el precio que él había tenido que pagar, sino sus propios principios.

La promesaWhere stories live. Discover now