El inicio

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*7 horas antes de la hora cero*

Una miríada de pensamientos corría en la mente de Levi mientras se anudaba la corbata roja a rallas sobre su cuello; una corbata que llevaba años guardada en el último cajón de su cómoda y que sacó, —luego de buscarla a regañadientes por casi media hora en todos los rincones de su casa—, debido a que había sido obligado a asistir a una cita a ciegas esa misma noche. Una de sus amigas cercanas, le había rogado para que conociera a esta muchacha, quien ella juraba, sería el complemento perfecto para el solitario y serio hombre.

No era que necesitara la compañía, pues se había criado así, solo. Desde su infancia al lado de su madre, quien trabajaba largos turnos en una maquila para poder alimentarlo y cumplir sus necesidades básicas, mientras él se quedaba en el viejo apartamento en el que vivían, obligado a depender de sí mismo para los asuntos más básicos. Hasta su ingreso al ejército, luego del repentino fallecimiento de su progenitora; época en la que el panorama no había mejorado mucho. Estaba obligado a moverse con su escuadrón, pero, el verlos caer uno a uno en emboscadas y estallidos repentinos, le hizo asegurarse de que era mejor no confiar en los otros y sobrevivir, a toda costa. Era un lema que había aceptado, y al que se había acoplado en las siguientes tardes grises, mientras observaba los nubarrones sobre el cielo, disfrutando de una humeante taza de té, en la misma soledad bajo la que había aprendido a cobijarse.

Era feliz así, sin necesitar nada y a nadie más. Pero, lastimosamente, sus amigos no pensaban lo mismo; especialmente Hange Zöe, quien era igual o quizás un poco más terca que él. Al final de cuentas, fue ella quien planificó y puso en marcha este encuentro, y no aceptaría ni se rendiría ante una negativa. La misión para Levi era sencilla: llegar al lugar que habían concretado; sobrellevar la velada; si las cosas no salían del todo mal, tal vez podría invitar a la mujer a tomar algo, no es que fuera un animal salvaje, tenía modales. Si no, tampoco habría perdido más que un par de horas, callaría los molestos comentarios y súplicas de Hange, y eso era para él, una gran fortuna. No había nada más valioso que su paz mental y si, para alcanzarla, debía ponerse un traje que hasta había llegado a olvidar que tenía, y cenar de manera decente con una desconocida, lo haría sin rechistar.

Decidido, se encaminó hacia la salida, fiel a las costumbres bien aprendidas en sus años en la milicia, enfocándose en completar con éxito su asignación.

*5 horas antes de la hora cero*

Mikasa sabía que iba tarde, no necesitaba que el estúpido campanero sonara estridente en las bocinas de las calles. Supo desde el inicio que tomar esa pequeña siesta no era una buena idea, pero entre hacer coincidir a su razonamiento y su cuerpo cansado, prefirió rendirse y ceder ante las necesidades del segundo. La vida no es fácil y menos si se trata de personal de primera necesidad. Ser enfermera registrada era un trabajo extenuante, incluso viviendo en una ciudad relativamente pequeña, pero, las emergencias estaban a la orden del día, la gente enferma y los accidentes pasan. Eso era inevitable.

Así como era inevitable llegar al restaurante con un elegante retraso, aunque Armin le había hecho jurar que estaría ahí a tiempo, pues su cita odiaba que lo hicieran esperar. No era que estuviera desesperada por tener una relación, honestamente, ni siquiera lo deseaba. Había tenido citas, sí, muchas. Pero, nada estable. Todas sus parejas huían luego de unos días a su lado o, se conformaban sólo con encuentros furtivos que buscaran satisfacer necesidades, sin generar ningún tipo de lazo. De cualquier manera, no podía dedicar el tiempo suficiente a construir algo tan íntimo, no con sus llamadas constantes para cubrir turnos en el hospital o con la persistente preocupación de velar por la seguridad y bienestar de Eren y Armin, sus mejores amigos y los únicos a los que consideraba como familia; la única que le quedaba, al menos. No necesitaba a nadie más, tenía lo suficiente: aire en sus pulmones, un lugar cómodo en dónde vivir, dos personas a las que adoraba, la comida necesaria para nutrirse y un trabajo en dónde podía ayudar y salvar vidas. Era útil y productiva, y con eso se sentía satisfecha. Lo demás estaba sobrevalorado.

Surviving DeathWhere stories live. Discover now