33: El poder de la estrategia

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Alkey estaba cansado y el frío se colaba en cada poro de su piel, helando los huesos y entumeciendo los músculos

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Alkey estaba cansado y el frío se colaba en cada poro de su piel, helando los huesos y entumeciendo los músculos. Cada paso era un esfuerzo, la nieve profunda dificultaba su avance, obligándolo a hundir sus botas en la blanca capa con cada paso que daba. El viento soplaba con furia, levantando torbellinos de nieve que se arremolinaban a su alrededor, reduciendo su visibilidad y haciéndolo sentir más perdido que nunca.

Alkey, Ulrick, Litia y Kalen se habían topado con un gigantesco roble cubierto de nieve. Mientras más avanzaban, más se acercaban a la tan esperada Cuenca Blanca.

El bosque estaba oscuro, las ramas desnudas de los árboles se mecían amenazadoramente con el viento, como si quisieran atraparlos y retenerlos para siempre en ese frío y desolador lugar. Los crujidos de la nieve bajo sus pies resonaban en la quietud del bosque, haciendo que se estremecieran ante cualquier sonido que rompiera ese silencio sepulcral.

Cada ruido provocaba un nudo en sus estómagos, haciéndolos sentir que algo los acechaba en las sombras, esperando el momento oportuno para atacar. La pesadez en el aire era palpable, como si el mismo bosque estuviera conspirando en sus contras, impidiéndoles avanzar y encontrar el camino correcto.

—Descansemos un poco —murmuró Litia, sin aliento.

—Ya estamos más cerca de la Cuenca Blanca —expuso Alkey—. No deberíamos descansar ahora.

—Relájate, Alkey —regañó Ulrick—. No nos hará daño quedarnos aquí un momento, no será más que eso.

—Quiero dejar este lugar —bufó Kalen—. Es repugnante.

—Para empezar, podrías haberte quedado en el castillo con el padre de Litia, pero decidiste ser el perrito faldero de tu hermana. —Las palabras de Alkey no podían ser más ciertas—. Fue tu decisión, así que ahora debemos ayudarte a remendar el error salvando a toda la humanidad.

Kalen ya estaba harto de las palabras de Alkey y de ver siempre el mismo panorama en el Bosque Témpano. Todo era blanco: suelo, cielo y árboles. Cuando regresara a casa, se pasaría horas mirando el fulgor de las plantas verdes para borrar de su memoria ese color lúcido que ya repudiaba.

—No puedo dejar de pensar en todo esto. —Ulrick se dejó caer sobre su espalda en la nieve, como un niño queriendo hacer un ángel de nieve—. Permití que nos separáramos, fue mi error.

—No es tu culpa, Ulrick —habló Litia—. No teníamos ni idea de las cosas que iban a pasar aquí. Ni de la emboscada, ni de Lou, ni de su traición, ni de todo lo que eso conllevó.

«Lou…»

Alkey la extrañaba con cada segundo que pasaba. Quería volver a verla, ver cómo estaba, qué había hecho, si estaba bien o mal, el avance que había tenido en el plan que ambos trazaron y, sin él saber nada, se había desmoronado.

Los Ocho Valientes [Padamore 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora