—¡Jared! —exclama Collin alegre—. Trae ese culito aquí que necesito pellizcarlo para puntuarlo bien.

—¿Qué? —pregunta un Jared más que confundido. Collin intenta pellizcarle el culo y Jared se aparta—: Estate quieto. ¿Qué quieres?

—Las chicas están puntuando los culos de los chicos y me dejaron puntuar el tuyo.

—No vas a tocar mi culo —señala Jared a Collin que se sienta de nuevo haciendo pucheros y luego a nosotras—. Eso que estáis haciendo es ridículo.

—¿Perdona? —exclama Kiraz igual de ofendida que yo.

—Lo dices porque no es un tío el que está puntuando a las chicas como pasa siempre, verdad?

—No quise decir eso... —intenta excusarse.

—¿Los tíos podéis hacerlo sin ser machistas y las chicas no podemos hacerlo? ¿Quién lo dice? —exclama Kiraz apoyándome.

—No quise decir eso...—insiste Jared pasándose la mano por el pelo.

—Nosotras tenemos todo el derecho del mundo de opinar sobre vuestros culos igual que hacéis vosotros y por lo menos nosotras no criticamos de malas maneras los cuerpo de los chicos —insisto yo de nuevo, no voy a dejarle hablar porque se va a hundir él solito en cuanto abra la boca porque dirá una tontería.

—¿Te crees mejor que nosotras para decir que somos ridículas? —gruñe Kiraz y parece a punto de darle un mordisco.

—¿Sabéis qué? Lo siento mucho. No he dicho nada, haced lo que querías —alza las manos.

—No necesitamos tu maldito permiso, imbécil —grita Kiraz furiosa.

Jared con cansancio se frota la cara.

—No pretendía decir eso —mira al techo pidiendo paciencia—. Yo no critico a las mujeres así que me gustaría que no me metáis a mí, por favor.  

—Pienso ponerle una mala nota —me susurra Kiraz mirando con odio a Jared que procede a ignorarnos.

Me quita el boli y anota en la libreta junto al nombre de Jared.

—¿En serio? —le puso mejor nota de la que esperaba.

—Es que me jode reconocerlo pero tiene muy buen culo aunque quiera joderle.

Me río y guardo mi libreta en mi bolso. 

[...]

Estoy en mi habitación ya por la tarde, después de comer, tumbada en mi cama con el portátil. Me bebo el último trago de mi café con hielo. Giro en el colchón hasta el borde para levantarme. Arrastrando los pies voy al piso de abajo a reseñar mi vaso reutilizable de Starbucks. Le echo hielo al café con leche y un chorro de caramelo que compré yo misma y que siento que el bote cada día pesa un pelín menos. Estoy segura de que alguien lo está usando. No son imaginaciones mías.

Le echo un chorrito de nata también porque me apetece y subo de vuelta a mi habitación. En mitad del pasillo me encuentro la puerta abierta, juraría que la había dejando arrimada. Doy pasos lentos hasta poder asomarme para descubrir quien está dentro, aunque es bastante obvio porque el Sargento nunca entra.

Jared.

Está de pie junto a mi tocador buscando entre mis libretas.

No puede ser.

Me apoyo en el marco de la puerta revolviendo el café con la pajita manchada con el enorme chorro de nata.

Carraspeo. Él se tensa sobresaltándose un poco. Se gira lentamente y aprieta los labios enfadado y yo trato de no reírme de él. Chasqueo la lengua chupando la nata de la pajita con toda la calma.

Breathe in youWhere stories live. Discover now