—¡Aquí hay algo! —escuché gritar a alguien tras la madera blanca.

Uxue miró aterrada hacia la dirección de donde provenían los gritos, abriendo mucho los ojos. La obligué a levantarse y a descender por la cuerda de sábanas que había improvisado. Los rebeldes al otro lado intentaron tirar la puerta abajo, pero resistió. Antes de saltar, saqué una pistola automática que tenía guardada en la mesilla de noche, cargada para poder ser usada. La agarré con fuerza en mi mano mientras descendía hasta el suelo. Mi hermana estaba abajo retorciéndose los puños del pijama, temblando de miedo. La cogí en brazos y corrí por la avenida que discurría detrás de mi casa, con la pistola en alto por si debía abatir a alguien.

La calle era un completo caos. La gente huía despavorida, otros tantos se enfrentaban a los rebeldes y luchaban por su vida, tal y como sabía que mis padres lo habían hecho. Ellos no iban a morir sin luchar. Había gente arrodillada en las aceras, el sonido de las balas hacía cesar los gritos. El aire olía a humo y cobre, el hedor de la sangre se entremezclaba con el del fuego, que iba destruyendo los hogares. El ambiente estaba teñido de naranja y rojo, las cenizas de los hogares que perecían quemados impregnaban el aire.

Vi la casa de Aria unos metros más lejos y, escabulléndome entre las sombras, logré llegar hasta la puerta trasera que siempre tenían abierta. Entré en tropel, cerrando de un portazo y dejando a mi hermana en el suelo. Los padres de Aria salieron precipitadamente de la cocina; mi mejor amiga estaba en el sofá, consolando a su hermano Chris, y se levantó de golpe al verme llegar.

—¿Lo habéis visto? —exclamé, muy nerviosa.

La señora Rogers asintió con expresión asustadiza y señaló el televisor que estaba encendido en el salón.

«Las calles han sido tomadas por los rebeldes del ejército oriental. Las fuerzas que evitaban que este ejército penetrara hasta la capital del país han sido en vano, pues han logrado rebasar las fronteras que se habían impuesto alrededor de la gran ciudad cosmopolita y están atacando directamente contra la población civil...»

Escuché el informativo con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho.

—Cielo —La señora Rogers me puso sus manos cálidas sobre los hombros—, ¿dónde están tus padres?

Me volví hacia ella tragando con dificultad, apretando los dientes con furia.

—Entraron en casa... yo... —Mi mirada se desvió hacia Uxue, que me observaba con lágrimas en los ojos.

No podía decirlo. No delante de ella.

Los padres de Aria parecieron percatarse de lo que pensaba, siguiendo la dirección de mi mirada. La señora Rogers asintió y las lágrimas afloraron en sus ojos claros, tan verdes como los de su hija. Me dio un fuerte abrazo y no pude evitar que una lágrima se deslizase por mi rostro también.

—Tenéis que salir de aquí —murmuré contra su cuello—. Llegarán.

El señor Rogers asintió, dirigiéndose hacia la pequeña portezuela que había bajo las escaleras, la que conducía al sótano. La señora Rogers me soltó, echándome una última mirada cargada del mismo dolor que yo sentía.

Ella y mi madre habían sido amigas desde la infancia, prácticamente desde su nacimiento.

Como lo éramos Aria y yo.

Cogí a mi hermana de nuevo en brazos a pesar del dolor que emitieron mis músculos. Ella ya no era una cría, y por desgracia no olvidaría esto nunca.

Fuerza (Saga Renegados #1) [YA EN FÍSICO]Where stories live. Discover now