Pase lo que pase, no me sueltes

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—¿La mayoría?, porque, después de ver a la gente del templo, yo pensaba que eran todos.

—Y tú serás uno de ellos.

—No te preocupes por mí, mantendré cordura suficiente para recordarte y vengarme.

—¿De verdad?

—Espera y verás. Por cierto, ¿qué eres?

—¿Acaso te has vuelto loco?

—No. Hablar contigo me irrita, pero no al punto de volverme loco —le explicó.

—Soy un lobo, zorro.

—No, no lo eres —rechazó.

—¿Cómo te atreves?

—No es culpa mía que no lo seas.

—Lo soy.

—No —replicó con firmeza.

—¿Acaso no tienes ojos para ver? ¿Nariz para oler? ¿Orejas para escuchar?

—Desde luego que las tengo.

—¿Entonces por qué dices algo tan absurdo?

—Porque ni reaccionaste a las feromonas de Nalbrek ni a las mías a pesar de que están dirigidas a los lobos.

—Tienes mucha confianza, zorro.

—He visto lo que hacen mis feromonas. Toda la montaña debe estar empalmada ahora mismo —replicó.

—Pero yo solo soy una vieja.

—¿Vieja? ¿Cuándo solo debes tener la misma edad que tendría Gerna si estuviese viva?

—Tengo más años de los que imaginas, zorro.

—Tal vez, pero no tantos como pretendes, porque tu mirada cuando hablas de Gerna no es la mirada que tienes cuando hablas de alguien a quien viste nacer, crecer. Es la mirada de alguien que odia a un compañero de su infancia, alguien a quien conoce desde niño y a quien creció odiando.

—¿Estás seguro?

—Sí —respondió y es que aquella mirada la había visto en Karima a lo largo de los años cada vez que Nalbrek le decía que nunca tendría pareja—. ¿Por qué odias tanto a Gerna? —le preguntó con curiosidad genuina.

—¿Que por qué la odio? —pregunto enderezándose y hablando con un tono que la hizo rejuvenecer varios años—. Porque ella, su familia, creían que podían escapar, dejarnos atrás. Pero hay cosas que nunca pasarán y escapar de la manada es una de ellas.

—¿Y por qué la manada os iba a retener también? Vosotros no sois Uiba.

—Los Navlos tampoco.

—¿Vosotros también formabais parte de la familia Uiba? —Se detuvo sorprendido.

—Los Uiba siempre renegaron de nosotros, envidiándonos por ser los afortunados, los que podíamos controlar con quien nos uníamos. Los que no podíamos ser usados como fieles. Por eso, cuando los Huvit nos llevaron con ellos y nos convirtieron en parte de su familia, nadie hizo nada.

—Hablas como si los Uiba hubiesen podido evitarlo.

—No los excuses. Los Uiba solo se han ocupado de los suyos, nunca les importaron ni los Navlos, ni nosotros.

—Los Uiba no podían salvarse ni a sí mismos, ¿cómo iban a poder ayudar a alguien? —replicó—. Además, erais vosotros los que teníais más libertad, ¿por qué no los ayudasteis vosotros?

—¿A esos traidores? —le preguntó con odio—. No les debíamos nada.

—¿Y entonces a quién? ¿A los Huvit, que os separaron de vuestra familia para usaros?

Cambiantes Libro III TrascendenciaWhere stories live. Discover now