ESCRITOS ERÓTICOS; PRIMERA PARTE

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Había unos momento en mi vida en donde la adrenalina y la excitación me hacían sentir imparable.

La última vez que me sentí así, fue en mi último evento de firmas. Ver tantas personas gritando mi nombre y lo mucho que les gustaba mi trabajo, es sin duda unas de las partes que más amaba de ser escritora.

La adrenalina que llenaba mi cuerpo cada vez que tomaba el micrófono para hablarle a un público grande y bullicioso era única.

Lastimosamente hacia tiempo que mi cuerpo no tenía ese subidón. Mi último libro había sido publicado ya hace casi un años. Era el último de una trilogía de romance y misterio. Romance entre sombras, se llamaba.

Luego de haberlo terminado fue como si mi imaginación se hubiese ido con el, porque desde entonces llevaba un bloqueo de escritor del tamaño de un barco o quizás un poco más grande. Suspire cansada de tener la mente en blanco y cerré mi laptop lentamente.

Era más que obvio que hoy tampoco tendría suerte en mi nuevo proyecto. El cual no había ni comenzado. Me quite los anteojos que usaba únicamente para escribir y los guarde en su cajita al lado de mi escritorio.

Di vueltas en mi silla giratoria rezando a el dios de los cielos por una lluvia de ideas. Así fuera unos simples pelos de gato. Pero que cayeran para iluminar mi blanquecina imaginación. Nada.

La puerta de mi estudio se abrió y rechino con la acción. Y eso me recordó dos cosas importantísimas; la primera: tenía un gato que alimentar; la segunda: debía aceitar un poco las puertas de mi apartamento.

El causante de abrir la puerta de mi estudio se coló en la habitación y se sentó frente a mi con toda la dignidad del mundo.

—Limón, es extraño verte en casa tan temprano ¿necesitabas algo? —le pregunte a mi gato. Limón.

Un nombre extraño para un gato, pero sus acciones lo habían nombrado, no yo.

Él animal era sumamente extraño, le gustaba comer limón o cualquier cosa que fuera extremadamente ácida, con énfasis en el extremadamente. Siempre debía tener cuidado con él.

La primera vez que lo traje al apartamento tenía solo siete meses de nacido. Me lo había regalado mi hermana menor por mi cumpleaños. Lo dejé en el suelo de la sala mientras iba a la cocina en busca de un tazón con agua, y cuando regrese ya había trepado a la pequeña mesa que usaba como comedor.

Había dejando una bolsa de maní de media libra sobre ella. Literalmente se comió la mitad de la bolsita en los cinco minutos que tarde en la cocina. Cuando me vio acercarme se terminó otro puñado de tres mordiscos. Y es que ¿era eso animalmente posible? Para Limón si.

Otras veces lo había atrapado bebiendo de mis vasos con limonada en el desayuno. Desde ese momento lo ácido y agrio habían quedado vetados en este apartamento.

Limón me miró fijamente con arrogancia y por un instante creí que me iba a responder. No lo hizo obviamente o no al menos en mi idioma, ya que solo soltó un maullido de ¿irritación tal vez? Es difícil estar segura, pero los dos años viviendo con el me decían que sí.

—Aún es temprano para tu almuerzo —murmure más para mí que para él.

Fruncido el ceño por la visita de Limón y su evidente hambre. Le eche un vistazo al reloj de conejo que estaba pegado a mi pared y la visita de Limón no podía quedar más clara. Eran pasadas de las tres de la tarde. Su almuerzo era a las dos de la tarde. Con razón estaba en casa.

Él maldito gato solo estaba en la casa cuando era hora de comer y una que otra vez para su siesta de dos horas en su cómodo silloncito de color verde. Ah, también para acurrucarse en mis costillas pasada las dos de la madrugada luego de pelear con todos los gatos del edificio.
Siempre era puntual en sus asuntos. Él maullido se volvió más fuerte y agudo para enfatizarme su hambre.

Mis cinco razones para a̶m̶a̶r̶ odiar a Sam | En Proceso | ©Where stories live. Discover now