IV

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Una mañana, Serafín recibió unas cartas del mensajero que venía a lomo de su corcel, y al volver a la hacienda, fue a entregar el correo a su patrón que las recibió:

-Muchas gracias-le dijo don Jorge.

Mientras miraba las cartas, apareció una con el sello del don Pedro, ahí puso una cara de mal genio, y al abrirla, leyó:

Estimada familia De la Vega

Por invitación del excelentísimo gobernador don Pedro Torres, han sido invitados a concurrir en la baile que se organizara esta noche, espero que se presenten bien como es debido.

Los esperamos y serán recibidos con todo respeto.

Firmado: Don Pedro Torres, gobernador de Nuevo Aragón.

Al terminar de leer, don Jorge se puso a refunfuñar, tales groserías que fueron escuchados por Adriano, a quien le llamó la atención:

-¿Qué pasa, padrino?-pregunta.

-El gobernador quiere que asista a su fiesta, pero yo no tengo ganas de ir, además con todo lo que pasa hace que no confié en el-contesta.

-Puede ser que asistan los padres que la bella Ana.

-Me parece que estás enamorado, pues si quieres ir anda, y si quieres que ella sea tu futura esposa, debes comportarte con la mejor educación que te ha dado tu madre que en paz descanse.

-Lo haré, padrino.

Cuando se retiró de la sala, don Jorge se puso a leer otra carta que tenía otro sello, pero esta vez era enviado por el líder de la guerrilla que está preparada para combatir a los soldados del gobernador, por la razón de detener los abusos que son cometidos, especialmente, por el capitán Almada:

-Si mi ahijado no puede hacerlo, lo haré yo-murmura.

En su habitación, mientras preparaba su ropa con la que se pondría para ir a la fiesta, le decía a su criado:

-Sera la oportunidad que aparezca el Zorro y pueda humillar al capitán Almada; y además que Ana podrá ir con sus padres y ella se impresionará al verlo.

-Claro que sí, patrón.

A las horas del crepúsculo, Serafín preparaba el coche para poder llevar a Adriano al palacio de gobierno.

Al partir, el criado que también era el cochero apuraba a los caballos para que lleguen lo más pronto posible, pero al final, llegaron a tiempo cuando los invitados ingresaban al edificio.

Al bajar, Adriano le dijo a su amigo:

-Cuando salga, estate preparado.

-Lo haré, amo.

Entregando la invitación al mayordomo del palacio, se sacó la galera e hizo una reverencia al gobernador:

-Sea bienvenido, don Adriano-le saluda.

-Con mucho gusto, don Torres.

-Qué pena que su tío don Jorge no haya venido.

-Tenía algunos asuntos que arreglar.

Mientras se unía a la gente, miro al capitán Hilarión, que aunque estaba serio, llevaba puesto su uniforme para las fiestas; incluso estaba el sargento Pérez que coqueteaba con algunas doncellas, pero que sí, solía desubicarse.

Para su sorpresa, estaba Ana acompañada de sus padres; al verla sonrió y le saludo:

-Qué bueno que viniste-le dijo ella.

-He venido para divertirme un poco y romper la monotonía.

-¿Y tú tío?-preguntó.

-Lo mismo que le dije al gobernador, tiene asuntos pendientes.

-Mira, no te muestres simpático con él, es un sucio corrupto.

-Eso lo sé, además no me cae bien el capitán.

-A mí también.

Afuera, Serafín coqueteaba con otra joven mulata a quien le caía simpático, y además de darle atención a su novia, esperaba una señal de su amo.

En la fiesta, los invitados bailaron al son de la orquesta, y para su gusto, Adriano aprovecho a danzar junto con Ana, que se divertían en cada paso, pero de repente, Hilarión los interrumpió:

-¿Me concede esta pieza?

-¿Por qué no se busca otra?-le contesta el joven.

-A mí no me respondas muchachito, así que quítate-los separó y el joven se retiró enojado.

El padre de Ana, don Humberto Mejía, le vio y le dijo:

-¿Quieres hablar con nosotros, joven?

-Ahora no, don Humberto, iré a tomar aire fresco, y estoy enojado porque Hilarión me interrumpió la diversión-contesta.

Enojado, salió al patio y le hizo señas a su sirviente para que venga, cuando llego le dijo:

-Es hora de que el Zorro entre en acción.

Mientras los invitados bailaban, el enmascarado apareció y con un disparo de su pistola asustó a la mayoría, y dijo:

-Atención, he venido a hablar por la gente que ustedes oprimen, si continúan su crueldad, lo pagaran.

-Prenderle y acaben con él-ordenó don Pedro.

Conducidos por el sargento Pérez, los soldados atacaron al vestido de negro, pero sacando un látigo, azotó a dos que se le iban a echar encima, y desenvaina su sable para encarar a otros tres, y con gran rapidez los deja fuera de combate a puñetazos.

Conducidos por el sargento Pérez, los soldados atacaron al vestido de negro, pero sacando un látigo, azotó a dos que se le iban a echar encima, y desenvaina su sable para encarar a otros tres, y con gran rapidez los deja fuera de combate a puñetazos

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El sargento lo encara y aunque chocaban sus acero, el enmascarado esquiva un ataque y con una patada lo tira al piso. Dos soldados intervienen, y son noqueados por un puñetazo.

Al salir del edificio, lidia con dos guardias y de repente, da muerte a uno con su espada e hiere al otro. De inmediato, aparece el capitán y ambos chocan los aceros de sus armas, y en un rápido movimiento, le marca la zeta en su mejilla.

Cuando lo golpea, atraviesa la ventana, monta a su corcel negro y huye.

Adriano se cambia de ropa y vuelve a la fiesta, y fingiendo estar como que no pasó nada, pregunta:

-¿Qué sucedió?

-Te lo has perdido, el Zorro apareció y humilló a Hilarión, ojalá lo hubieras visto, a mí me dio risa-responde Ana.

-Igual, se lo merece, por ser un maldito.

Poco después, le ordeno a su sirviente a preparar el coche para volver, pero antes de subir, Serafín se despidió de su novia.

El Zorro ataca de nuevoWhere stories live. Discover now