9 | El día que cumplí trece años

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Solía pasar la mayor parte del tiempo en mi cuarto.

Leía, contaba calorías, lloraba y hacía ejercicio. Seguía usando la báscula de Colton en secreto y mi peso estaba disminuyendo. De hecho, ya tenía los brazos delgados que siempre había querido.

Había una niña en mi clase a la que envidiaba. Se llamaba Ivy, era rubia y tenía el mismo cuerpo que tres o cuatro chicas del salón. Eran literalmente perfectas, y yo no entendía por qué tenían esa genética. Además, eran mejores amigas.

Yo ni siquiera tenía amigas, además de Celine, con la que tampoco me llevaba especialmente bien después de que sus padres la regañaran por invitarme a su viaje a Calais sin permiso.

Por eso, ya no me hablaba. Ahora pasaba los recreos sola, o con Peyton, aunque él prefería estar con sus amigos. Estábamos en esa etapa de la vida donde todavía se metían con uno si descubrían que le gustaba alguien, por lo que yo me mantuve callada todo el tiempo respecto a mi crush con Peyton.

Yo no le gustaba, era demasiado obvio, pero una parte de mí quería creer que si me acercaba un poco más, si me subía la falda y adelgazaba un poco más, tal vez él se daría cuenta de que necesitaba amor.

Iba a cumplir trece años y no sabía cómo recibir amor de otra manera. Si yo no le gustaba a nadie, entonces jamás me sentiría amada.

Pero Peyton se cansó de mí, igual que todo el mundo, y se fue. Estaba acostumbrada a quedarme sola, pero no a la horrible sensación que incluía. Detestaba sentirme así de olvidada, de invisible.

No comía en los recreos: me sentaba en las escaleras del patio, donde pudiera leer y ver a mi hermano jugar al fútbol con sus amigos.

En clase, mientras todos esperaban a que llegaran los profesores, me encontraba garabateando en mi cuaderno. Todos los demás tenían con quién hablar. Yo solo tenía mis libros.

Quería sentirme cómoda, pero no podía. Parecía ser la única que no encajaba, la que no tenía amigos, la que nadie quería en su grupo. Este segundo trimestre, había intentado dejar de saltarme clases y estudiar más: Colton lo había hecho así el primer trimestre y los Barrett le recompensaron, así que, tal vez, yo también podría ganarme algo, como un teléfono.

Colton, en cambio, se había unido al equipo de fútbol, se había hecho amigo de todo su salón, era jefe de grupo de su clase y se llevaba bien con las chicas.

Solía mentirles a los Barrett cuando me preguntaban qué había hecho en los recreos o cómo estaban mis amigas.

Probablemente ellos creían que tenía dos o tres, porque hablaba poco y me encerraba en mi cuarto, y ellos tampoco insistían.

Hasta que cumplí trece años.

No quería quedarme en casa: sería una vergüenza celebrarlo con dos extraños y un hermano falso, como si fuésemos cercanos cuando en realidad no lo éramos. Prefería que ignorásemos que era mi cumpleaños, o que me llevaran al internado, porque allí había por lo menos dos personas que me querían: Elyssa y la señorita Hughes.

Así que, cuando Virginia me preguntó qué quería por mi cumpleaños una noche, le dije que lo celebraría con mis amigas. Ella me miró, como si dudase de mis palabras, y al final me preguntó si quería pastel.

—No me gusta el pastel.

Era mentira y Virginia lo notó, porque se apoyó contra el mostrador de la cocina, cruzada de brazos, y, muy seria, me dijo:

—Sabes que tienes que comer, ¿verdad?

Aunque le sostuve la mirada, casi rodé un poco los ojos. Obviamente las personas necesitamos comer. Era enfermera, ¿por qué decía cosas tan estúpidas?

𝐋𝐨𝐬 𝐝í𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐧𝐣𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora