Tomás y yo intercambiamos una mirada que dice una sola cosa. «¿Nos acabamos de sacar la lotería?».

—¿Segura, ma?

—Pa' eso nos vamos a quedar unas semanas con ustedes, ¿no? Pa' que se recuperen.

—Gracias —Tomás exhala la palabra.

Le doy un beso a mi mamá en su mejilla y de regreso ella me da uno a mí y otro a Tomás, su segundo hijo. Nos hace un gesto con la mano de que nos vayamos y ante tan jugosa sugerencia no nos podemos negar.

Tomás me ofrece su brazo y con gusto lo acepto. Todavía me siento como si me hubieran desarmado y vuelto a armar. Poco a poco subimos las escaleras, un brazo de Tomás alrededor de mi espalda mientras que con la otra mano sostiene mi brazo. Yo me agarro de la baranda hasta llegar arriba.

Sorpresa para mí que al entrar a nuestra habitación, un enorme ramo de flores nos recibe sobre la peinadora. Decenas de rosas azules impregnan el espacio de un perfume dulce y acogedor.

Con un dedo, Tomás cierra mi quijada.

—¿Te gustan?

—¿Esto es cosa tuya? —Le lanzo una mirada.

—Pues sí. —Sonríe—. Tienen varios significados pero quiero aclarar que el de mi intención es que eres mi amor verdadero. Y como todo esto es mi culpa, pensé que te debía al menos este regalo.

—Bueno, eso es cierto. Es lo mínimo que merezco.

Una risa suave hace que sus hombros vibren. Tomás cierra la puerta, cabe destacar que con llave, y de pronto se agacha. Un instante después caigo en la cuenta de para qué.

Me carga entre sus brazos como lo hizo en nuestra noche de bodas entrando a la habitación del Hotel Maruma. Abrazo su cuello y levanto una ceja.

—Pa' que sepáis que no podemos hacer nada por al menos dos meses.

—Aquí la única que está pensando cochinadas eres tú, yo solo te quiero ayudar a la cama. —Sonríe con inocencia.

En efecto, me deposita sobre el colchón con tanta suavidad como cuando acuesta a Susana sobre su cunita. Deposita un besito sobre mi frente y suspiro.

—¿Quieres que te ayude a cambiarte?

—Ya esta es la pyjama. —Señalo la bata color crema con botones en todo el frente que hizo de vestido al salir del hospital, pero de la cual no pienso salirme en al menos una semana.

—Ah bueno, yo sí me tengo que cambiar. —Se voltea para tomar un fajo de ropa de su poltrona en la esquina y cuando lo veo en actitud de irse al baño, lo freno con un ruido de mi garganta que normalmente uso cuando Samuel está a punto de hacer una travesura.

En efecto, Tomás se frena en seco y me pela los ojos como preguntando qué hizo mal.

Doblo mi dedo índice varias veces en gesto de que vuelva.

—No porque no pueda hacer nada no significa que no puedo ver nada, ¿me entendéis?

Tomás entrecierra los ojos.

—Está bien, pues. —Lanza su pyjama sobre la cama y posa sus manos sobre el primer botón de su camisa—. Al final de cuentas tengo que hacer lo que mi reina quiera.

—Así es. —Me acomodo sobre la almohada para observar cada detalle—. Eso sí, no tengo un rollo de billetes al alcance.

—Ya me has dado mucho más que eso.

No puedo con su sonrisa dulce mientras abre cada botón lentamente.

Succiono aire entre mis dientes.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now