Me doy el semerendo postín mientras pierden la cordura entre ellos. Al menos así puedo observar quién es equipo matrimonio y quién no. Es bastante obvio.

Por el momento Tomás: 1 y En Contra: 2. Vamos a ver cómo va con la siguiente parte.

—Y quiere que me vaya del país con él.

Reina el silencio.

Se montan las expresiones neutras dignas de una mesa de dominó.

¿En Contra: 3?

El bocado de comida se atasca en mi garganta y lo bajo con café.

Ahora sí me empieza a fallar la mente, pero no tanto porque el pánico se esté apoderando de ella, sino porque no sé qué más decir, cómo explicar lo que debiera ser obvio.

Cuando dos personas se quieren, pasar el resto de sus vidas juntos es obvio, ¿no?

—Llámalo. —El que rompe el silencio es Salomón y mi cerebro se tarda en procesar.

—¿A Tomás?

—Sí, que venga ya.

Observo a mamá, a papá, y de nuevo a Salomón. En esto se ven de acuerdo los tres, sin decirse una sola palabra.

—A ver, son las ocho de la mañana. ¿No se les va a hacer tarde para el trabajo?

—Hoy no abre la tienda —anuncia papá muy serio.

—Es viernes. —Frunzo el ceño—. Hoy es uno de los mejores días de ventas.

—No, no abre —corrobora mamá.

Con la misma, Salomón saca su Blackberry de un bolsillo y hace una llamada.

—¿Aló, jefe? Tengo diarrea violenta y no voy al trabajo hoy. Chao. —Y tranca.

Mis poros empiezan a trabajar a toda máquina. Una gota de sudor baja por el medio de mi espalda.

—Este... a ver si lo agarro despierto. —Marco el número de Tomás. El muy peluche atiende apenas al segundo repique.

—¿Mi vida?

Su voz dormilona y el apodo me arrancan un suspiro.

—Tomás, mi familia quiere hablar contigo. ¿Podéis venir a mi casa?

—¿Ya?

—Sí, antes de que me maten con sus miradas asesinas.

Okay. —Oigo el roce de sus sábanas—. Llego en media hora.

Trancamos.

La media hora pasa en un silencio abrumador. Intento conversar de otra cosa pero no, mi familia o está compuesta de excelentes actores, o están a punto de reventar como volcanes.

Ni siquiera se me ocurre cambiarme de ropa a algo más presentable, y me alegra que cuando Tomás finalmente llega, está también en monos un poco desgastados y una franela manga larga que le queda demasiado grande. No se detuvo para peinarse, y su cabello está tan enmarañado como el mío.

Nos sentamos juntos en el sofá de la sala. Papá se sienta en una poltrona, mamá en la otra, y Salomón se instala entre ellos dos en una de las sillas que arrastró desde la cocina.

—Estem...

Agarro la mano de Tomás y la pongo sobre mi muslo. Salomón entrecierra los ojos ante el gesto. Lo ignoro y me inclino hacia Tomás.

—Les dije que me propusiste matrimonio y que queréis que nos vayamos del país juntos.

Tomás pela los ojos.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now