—Los interrumpí —lloro junto con verlos, estirando la i al final de la palabra.

—¿Cómo te sientes? ¿Te duele algo? ¿Te puedes mover?

—Sí —contesto.

—¿Sí a cuál?

—Mejor metámosla en el carro de una y vámonos al hospital —sugiere Valentina.

—Diego, quédate con los chamos. —Bárbara le da un beso a su esposo antes de afanarse conmigo.

Amanda trae la maleta a la entrada de la casa. La he tenido hecha desde que empecé el octavo mes, por si a las moscas. Y las moscas son hoy.

Le doy varios besos a Samuel, asegurándole que vuelvo pronto. El único que lo calma es Matías, que ha estado mudo todo este tiempo pero entra en acción para entretener a su primito. Doy una mirada más alrededor, como si me despidiera de la casa. Martina la arregló una barbaridad mientras yo echaba el cuento de mi gran amor.

Mi gran amor que se va a perder el nacimiento de su segundo bebé por ser tan responsable y querer salvar la empresa por sí solo. Lo quiero matar pero a la vez lo quiero abrazar y besar. Sin él me siento sola, a pesar de que estoy rodeada de gente. Qué ganas tengo de ya no ser un manojo de hormonas.

—¿Quién le va a terminar de echar el cuento a los chamos? —pregunto a la vez que las dos me ayudan a montarme en la camioneta de Bárbara.

—Eso no es lo más importante en este momento —refuta mi prima.

—Pero yo quiero que sepan que es un final feliz. —Aunque cualquiera pensaría lo contrario, por lo mucho que sigo sollozando.

—Vos concentrate en respirar bien. —Valentina me pone el cinturón de seguridad y espero a que se siente en el puesto de copiloto para contestarle.

—A ver, rompí fuente pero no estoy en pleno parto.

—Quizás aguantas hasta que llegue Tomás —musita Bárbara ya saliendo del vecindario, pero en vez de reconfortarme eso me da más tristeza todavía.

Se siente como una promesa vacía. Para ir a la pajúa visita a la fábrica de la compañía, Tomás tuvo que volar primero a Dallas, luego a Kansas City, y después manejar un buen trecho de planicie en Kansas hasta llegar a su destino. Con suerte llega en dos días.

Debí haberle dicho que no fuera y punto. Pero nooo, tenía yo que dármelas de esposa cool. ¿De cuándo acá he sido yo cool? ¡Nunca! ¡Soy su chicle!

En pleno camino, Bárbara llama a una colega en el hospital para avisarle la situación. Cuando llego, ya un enfermero tiene una silla de ruedas lista para mí en la entrada de Emergencias. Y también está plantada ahí toda mi familia.

—¡Sikiú Dayana! —Esa voz ultra chocante solo puede ser mi hermano—. ¿Estáis bien? ¿Te duele algo?

—Mi rey, déjala que se siente en la silla de ruedas tranquila —lo amonesta Valeria.

—Aquí estamos, mija. —Mi mamá sostiene mi mano mientras el enfermero empuja la silla de ruedas. Del otro lado va papá, flanqueado por tío Aristóteles y tía Graciela.

—¿Y los niños? —La pregunta va de tía Graciela a su hija.

—Los dejé en casa de Dayana con Diego.

—Ah, bueno.

—¿Alguien bajó la maleta? —pregunto y todos hablan a la vez—. Tiene todas mis cosas para la hospitalización, que no se pierda.

—Valentina se encarga. —La voz de Bárbara suena más tranquila que la de los demás—. Déjame encargarme ahora de tí, ¿okay?

—'Ta bien. —Siento su mano apretar mi hombro.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora