Tomás no suelta mi mano. Lo único que ha cambiado es que ahora tiembla. Paso mi mano por su cara y consigo que su piel está gélida. No es por aire acondicionado porque no tenemos en la sala. Es como si la vida se estuviera drenando de su cuerpo.

¡Sus medicinas!

Mierda, seguro estaban entre las cosas que saqué de su bolsillo para que el malandro nos dejara en paz.

—Tengo que llamar a sus papás urgente —anuncio e intento levantarme, pero Tomás no me suelta.

—¿Te sabéis el número?

—No, pero creo que lo tengo en un cuaderno de hace varios semestres —contesto a Salomón—. Ve al estante de mi cuarto, creo que en la segunda repisa de más abajo. Es un cuaderno de marca Mead con portada azul.

Mientras Salomón hace lo que le pido, vuelvo a colapsar en el sofá.

—Mami, tráele a Tomás un vaso de agua con azúcar a ver si le ayuda.

Ella asiente y se va a la cocina. Desde aquí la oigo que empieza a rezar el rosario en voz alta.

Papi por su lado se sienta en la poltrona frente a nosotros. Se soba las manos como nervioso. O preocupado. O los dos.

—¿Qué les hicieron?

—¿Te puedo explicar mañana? —Trago grueso pero sigo sin poder hablar bien.

Okay.

Salomón y mamá regresan a la vez. Pongo a mi hermano a que llame a los papás de Tomás y les explique la situación. Para esto él es muy bueno, porque siendo periodista tiene nervios de acero que no tenemos los demás. Mientras lo escucho darles nuestra dirección, mami y yo intentamos que Tomás tome un sorbo del agua con azúcar.

—Tomás, abre. —Sobo su espalda mientras mami empina un poco el vaso, pero es como si no estuviera aquí. Su mente y su alma se han ido a otro lado y solo queda su cuerpo.

Rompo a llorar. Alguien nos trae una cobija y la pone sobre nuestros hombros. Mamá sigue rezando y me le uno. Unas palabras que nos dijo la señora que nos trajo a casa más temprano hacen ronda en mi mente. Pero estamos vivos. Estamos vivos. No ha pasado nada. Estamos vivos.

Los papás de Tomás llegan en tiempo récord desde La Virginia. Su mamá intenta estrecharlo hacia ella pero Tomás no le deja, sigue anclado a mi mano.

—¿Qué pasó? —La voz del papá de Tomás es dura, como si estuviera arrecho. Pero en sus ojos solo hay terror.

—Venga conmigo. —Salomón lo sienta en la mesa del comedor y a voz baja le explica lo que sabe.

La mamá de Tomás se sienta del otro lado en el sofá, ahogada por grandes sollozos. No puedo imaginar lo que siente. Esto es una pesadilla.

—Tomasito —susurra su hermana con voz temblorosa, de rodillas frente a él—. No seas así, ve que me prometiste que mañana íbamos al Sambil.

Es verdad. Se me había olvidado que mañana la iba a conocer en el Sambil con Tomás.

El timbre de la entrada resuena más estridente de lo normal. Mi mamá corre a ver quién es y abre la puerta con velocidad. Valeria, la esposa de Salomón, entra sola. Ya mi hermano le debe haber explicado porque sin instrucciones, ella viene a la sala y se agacha para observar a Tomás.

—¿Ya le dieron los medicamentos?

—Se rehúsa a abrir la boca —contesto.

—¿Usted quién es? —La mamá de Tomás suena un poco irritada.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now