—Y entonces. —Tomás suspira.

Termino mi helado y entierro el medio coco en la arena para que no se lo lleven las olas. Subo mis rodillas y apoyo mis brazos en ellas. Descanso una mejilla sobre ellas para observar solo a Tomás.

—¿Estáis dispuesto a contarme sobre la conversación con tu mamá?

Durante un rato se mantiene en silencio. Tomo su coco vacío de su mano y lo entierro junto al mío. Vuelvo a adoptar la posición anterior y lo consigo trazando integrales en la arena. Este nerdote me hace sonreír. Pero se me quitan las ganas cuando habla.

—Para explicarte eso tendría que contarte la historia completa.

No distingo ninguna clase de emoción en su cara. Se parece al Tomás del primer semestre. Una punzada de miedo atraviesa mi corazón.

—Bueno, si eso te puede hacer sentir mal no me tenéis que decir —apresuro a explicar—. De hecho, hay otra cosa de la que también quiero hablar.

—No. Ya es hora que te lo diga. Le he estado dando largas. —Su brazo roza con mi pierna al levantarlo para quitarse la gorra y peinar su pelo húmedo y enarenado hacia atrás—. Es que... no es fácil hablar de esto.

—Tómate tu tiempo.

—¿Y si los demás empiezan a sospechar?

—Que piensen lo que quieran. —Vuelvo a ponerle la gorra y me quedo más cerca de él. Su piel está tan caliente como el sol pero no hay nada en este mundo que me haga separarme de Tomás.

Quizás la cercanía le ayuda a relajarse porque finalmente deja que salgan las palabras.

—Cuando estaba en bachillerato, en octavo, una tarde se metieron unos malandros en mi casa y me secuestraron.

Succiono casi todo el aire de la isla. Agarro su brazo como si eso pudiera impedir que se lo llevaran hace ocho años atrás.

—Dios mío... Tomás...

Tomás también levanta las rodillas, comenzando a hacerse pequeño.

—No te digo lo que me hicieron —continúa, su voz quebrándose con el nudo que se atasca en su garganta—, pero aunque físicamente quedé bien, mi mente no.

—No es para menos. —Lo abrazo, intentando consolarlo aunque lágrimas corren por mi cara y no por la de él. Repito—: No es para menos. Ay, Tomás, como lo lamento.

Él muerde su labio tan fuerte que la piel se palidece. Ahí es cuando le ruedan lágrimas por sus mejillas y baja su cara.

—Por eso es que nunca tuve novias. —Pasa una mano por su cara pero sigue llorando—. Es cierto que han habido interesadas, pero a lo que se dan cuenta que estoy traumatizado y sufro de ansiedad, de que necesito ir a terapia de forma regular, que en días malos me dan ataques y tengo que tomar medicinas, que mi familia se la pasa escribiéndome todo el tiempo para saber si estoy bien o si he tenido un ataque... Ahí les dejo de gustar bien rápido.

Hace una pausa y sacude su cabeza con fuerza.

—Y sino me agarran lástima como Andrea, y se confunden con que eso es lo mismo que enamorarse. No sé si eso es peor. —Se baja la gorra hacia la cara para ocultarla—. Así que si con todo esto quieres dejar de salir conmigo te entiendo.

De golpe me asiento de rodillas frente a él. Le quito la gorra y me la pongo con la visera hacia atrás, para que con todo y miopía me pueda ver claramente. Tomo su rostro entre mis manos y limpio la humedad de sus mejillas con mis pulgares.

—Yo sé que no es lo mismo —comienzo con tono suave—, y que lo mío es una fobia sin sentido que me causa ataques de pánico a veces pero, ¿cómo podría juzgarte?

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now