—No. Por supuesto que no.

—Pues pareciera. —Javi aprieta los labios y cruza los brazos en clara desaprobación—. ¿Cómo se debe estar sintiendo ese pobre pendejo? Ya lo lleváis un año así.

—Él está de acuerdo. Es que yo...

Pero esta vez no me sale la excusa. Porque la expresión amargada de Javi, totalmente opuesta a la serenidad que lo caracteriza, me hace caer en la cuenta de que eso es precisamente lo que es. Una excusa.

«Soy una mierda».

Resulta que Javi y Enzo empezaron a salir hace unos meses. Ellos dos fueron parte de los atracados en la Plaza de Mecánica. Después de compartir ese horror juntos empezaron a hablar más, y en una de las rumbas que organizamos para recaudar fondos para la gira, uno de ellos se resbaló y el otro se lo comió. Palabras de Javi, no mías.

El asunto es que obviamente también tienen que salir juntos en secreto, por razones mucho más importantes que mi simple ansiedad social. No había caído en la cuenta hasta este momento de lo ridícula que le debo parecer a Javi.

—Javi —murmuro con cabeza gacha—, perdóname. No quería hacerte sentir como que estoy trivializando tu situación.

Él suspira. Pone un brazo alrededor de mí y me recuesta la cabeza contra su hombro.

—Perdóname tú a mí. Creo que tengo un poco de envidia y la estoy proyectando.

—Pero tenéis razón —interrumpo antes de que él pueda seguir—. Yo sigo creyendo que esto está bien pero quizás To... quizás él piensa diferente. Voy a hablar con él.

—Me parece bien, así ya nada más tendré que guardar en secreto una pareja en vez de dos.

Me río para no llorar.

Eso de una hora después me despierto porque hemos llegado a la empresa. Es una metalmecánica donde fabrican rines para carros. Junto con entrar hay una pared con todos los tipos de rines montados en exhibición. Nos da la bienvenida un graduado de LUZ, que es el mismo que nos va a dar el tour.

Luego de que nos de el discurso de seguridad básico —mantenernos dentro de las caminerías y listo— nos dirigimos hacia el área de producción y siento como si todo mi ser se encendiera como un bombillo.

Hay tanto ruido en la fábrica que no entiendo ni papa de lo que dice el guía, así que me quedo al fondo del grupo para observar los procesos por mi cuenta. Las partes que más me han gustado de estudiar ingeniería están plasmadas aquí y estoy totalmente enamorada. Ya les quiero dar mi curriculum.

Ah, pero un momento. ¿Qué de mis otros amores? ¿Tomás querría venirse a Valencia también? ¿Y mi familia estaría de acuerdo?

Por el momento solo tengo un amor al alcance. Me apresuro para unirme al grupo en busca de Tomás y no consigo esa cabeza casi más alta que las demás o esos hombros anchos.

—Javi, ¿has visto a Tomás? —Prácticamente tengo que gritar para que me oiga.

—Fue al baño pero no sé dónde está. Pregúntale al guía.

—¡Okay, gracias!

Con los codos me hago espacio hasta llegar al frente del grupo. Llego en buen momento porque el guía está un poco apartado dejando que el grupo observe el proceso de pulido de los rines casi listos. Me distraigo por un momento pero logro hacerle la pregunta.

Me doy la vuelta y hago contacto visual directo con Andrea Vélez. He tenido la sospecha de que Tomás tuvo alguna conversación con ella desde hace tiempo, porque ella dejó de aparecerse con Tomás en sesiones de estudio y hasta en rumbas. Y si nos cruzamos camino en la universidad, me pone la misma expresión de que huelo a mojón que me pone en este momento pero no me dice ni papa. Voltea la cara y vuelve a conversar con Anderson.

Él pone su mueca de que nos ha leído la mente y le parecemos dos tontas.

Lo que ellos no saben es que ni culpo a Andrea por portarse como se portó hace varios semestres, ni le guardo rencor. Es imposible no enamorarse de Tomás.

Quizás ya es hora de que lo grite a los cuatro vientos, que estoy perdidamente enamorada de él.

Sigo las instrucciones de trazar el camino de regreso a la recepción y doblar a la derecha, paso un área de descanso con un sofá y una mesita de café y luego otra derecha. Entro a un pasillo estrecho que tenía el letrero de Baños y oigo la voz de Tomás.

—Pero mamá —suspira con agitación—, no podemos seguir así, por favor.

Me congelo. Él está en medio pasillo, ladeado de forma que sobretodo veo su espalda mientras habla por teléfono. Doy un paso atrás pero en eso sus palabras me frenan.

—No puedes decirme que disfrute como un chamo normal y a la vez enviarme mil mensajes preguntándome que si estoy bien, que si no me han dado ataques, que si tengo los medicamentos a la mano por si acaso...

Inhalo.

El sonido hace eco y Tomás pivotea en el mismo instante en que se pasaba la mano por el pelo. Queda como una estatua, a pesar de que la voz de su mamá aún sale presurosa por el parlante del celular. No distingo las palabras pero suena preocupada. Tomás está pálido y no sé si es por mi presencia o porque de verdad se siente mal.

—Estoy bien, mamá. —Traga grueso—. ¿Podemos hablar después? Sí, sí. Con más calma. Bueno. Chao.

Nos quedamos en silencio un momento. Él guarda su Blackberry en el bolsillo de atrás de sus jeans. Se rasca un codo. Se alborota el cabello y se lo vuelve a peinar con los dedos.

—¿Oíste eso?

—Una parte.

Reconozco el temblor de su voz. Le entra cada vez que he intentado hablar de este tema con él. Tomo su mano y me espero a que levante la cara.

—Creo que tenemos varias cosas de qué hablar. Pero por el momento, ¿qué te parece si regresamos al grupo y hablamos luego?

Sus hombros se desinflan.

—Está bien.

La oportunidad se presenta tres días después.

La oportunidad se presenta tres días después

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NOTA DE LA AUTORA:

Agárrense que se desvela el misterio de Tomás...

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now