Consigo a Tomás apoyado contra la pared, escribiendo mensajitos de texto como hace cada vez que está solo. Organizamos por el PIN llegar con bastante antelación al parcial de Elementos de Máquinas II y pasar un rato juntos. De todas maneras, pesquisé la periferia y comprobé que nadie que conocemos anda por estos lares del galpón.

—¿A quién mandáis tantos mensajitos siempre?

Él levanta su cabeza. Su cabello aún está húmedo de una ducha antes de venir a la Facultad e imaginármelo duchándose no es algo que tenía en mi carta de bingo para hoy. Tengo que hacer esfuerzo sobrehumano para enfocarme en el Tomás real y no en el Tomás de fantasía.

—Sino es mi mamá es mi hermana —responde y abre los brazos—, son preocuponas.

—Ah, con que vos también tenéis a alguien así en tu vida. —Me fundo en el abrazo y reposo mi cara en su pecho, de forma que no lo apuñale con la chupeta que tengo en la boca—. En mi caso el que es así de intenso es mi hermano.

—No lo culpo, hay que cuidarte.

—¿De qué? ¿De los mosquitos? —bromeo.

—No, de las salchichas.

Le doy un golpe en su hombro. No sé para qué le conté el discurso que me dió Salomón el primer día que me traía a la universidad.

Muevo la cara hasta apoyar mi mentón en su pecho, mis brazos tan fuertemente ceñidos alrededor de su cintura como tiene Tomás los suyos en torno a la mía. Algo tiene su abrazo que me hace sentir tan cómoda como cuando estoy en mi casa. La diferencia es que esos ojos medio marrones y medio verdes me aceleran el pulso y me suben la temperatura.

Y hablando de ellos, se desvían hacia abajo.

—¿A qué sabe esa chupeta? —Su voz grave acaricia algo en mi interior que me da escalofríos.

Abro la boca para contestar y rápido como un rayo, Tomás aprovecha para robarme la chupeta.

—Aló, ¿policía? Hay un ladrón en el...

La palabra «vecindario» se atasca en mi garganta cuando él se mete la chupeta en su boca. Un sonido como de ronroneo en su pecho lo hace vibrar contra el mío y creo que me derrito. De hecho, me fallan las piernas y él tiene que sostenerme contra sí.

—Patilla —musita como si nada, sacándose la chupeta con un sonido de succión que retumba en mis oídos—. Te gustan las patillas, ¿no?

—Sí, es una lástima que no hay refresco de patilla —aclaro como si eso fuera lo importante de esta conversación. No engaño a nadie, el timbre de mi voz delata lo mucho que me está afectando.

Y he ahí la pequeña sonrisa pícara de Tomás.

—A mí me gusta más como sabes tú.

Y me besa. Su lengua acaricia mis labios con más interés que como lo hicieron con la chupeta. Succiona el labio inferior y una ola de calor corre hasta la punta de mis pies. Abro my boca y siento el sabor a patilla en su lengua. La acaricio con la mía de una forma que le saca un gemido. Sus brazos se aprietan aún más contra mí y mi espalda se curvea para amoldarse totalmente a él.

—A ver si dejáis de ser tan seductor antes de un examen, me hacéis el favor —bromeo trazando las palabras contra sus labios.

—No lo puedo evitar. Mi novia me inspira. —Se aleja para insertar de nuevo la chupeta en mi boca abierta del shock.

—Pero qué peligroso es mi novio —murmuro.

Curvea sus labios hacia un lado.

Alguien se aclara la garganta.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now