Capítulo 30 (parte 2)

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—Déjenme avisarle a mi hermano pa' que no me venga a buscar.

Me aparto un poco del grupo para hacer la llamada cerca de Tomás. Lo veo textear con velocidad durante la espera. Hablo con Salomón en un tris y aunque renuente, acepta que me vaya con los muchachos.

—Epa —susurro hacia Tomás simulando que sigo hablando con Salomón—. Vente con nosotros.

—Vámonos —suena de pronto la voz de Anderson, que aparece detrás de Tomás.

—Ya tengo planes —le contesta de una.

Desvío la mirada cuando Anderson se percata de mi presencia y hago gran ademán de concluir mi llamada telefónica y regresar al grupo.

—Como Tomás nos ayudó a repasar, aunque no sirvió de mucho, lo invité a comer arepas —explico al grupo en tono jocoso—. ¿Está bien?

—Claro que sí. De hecho, a Tomás le debemos nuestro primer hijo —bromea Dimas.

—Es verdad, sin él no hubiéramos pasado Mecanismos.

Todos asienten y me desinflo de alivio. Nadie sospecha nada.

—Yo también quiero arepas. —Erika aparece junto al grupo. Pensé que se había dispersado como la mayoría de la clase.

Javi me lanza una mirada inquisitiva y yo levanto los hombros. No quiero que venga, pero mucho menos quiero armar alboroto diciéndole que no.

Ese es el menor de los problemas, porque al salir a la oscuridad del estacionamiento caemos todos en la cuenta de que somos siete personas para el Fiat Uno de Dimas.

—¿Quién aquí es experto en tetris? —pregunto.

—Sí se puede. Yo he llevado más gente —responde el dueño del carro con una risa.

Obviamente siendo el piloto, él y Juliette van adelante. Yael y Javi son los primeros en deslizarse en el puesto de atrás. Me empiezo a preparar para la discusión con Erika sobre quién va a ir sentada encima de quién, pero estando del lado opuesto a mí, ella misma decide sentarse sobre Yael sin rechistar. Cierran la puerta y es obvio que el último puesto que queda es para Tomás, y que yo iré encima de él.

Intercambiamos una mirada. Él tiene los ojos de huevo hervido tan grandes como yo.

—Este...

—Apúrense pues, que hay hambre —dice Javi y le hace un ademán a Tomás de que entre de una buena vez.

Tomás se quita su morral y le pasa el mío, porque el pobre Javi sentado en el medio del asiento trasero queda designado como el porta morral. Tomás se sienta en la esquina y se voltea hacia mí.

¿Y si lo aplasto? No es que peso como una plumita y del estrés más los tequeños de la cantina de Industrial, he ganado peso. ¿Y si lo sofoco de calor? ¿Y si huelo mal? Y si...

Pero Tomás extiende una mano y sin pensarlo la tomo. Primero intento entrar de frente pero las piernas de ellos y el reducido espacio me lo hacen difícil. Al final no me queda más remedio que sentarme primero sobre las piernas de Tomás, girar un poco y prácticamente enredar las mías con las de él para que pueda cerrar la puerta. Y como cinturón de seguridad, Tomás pasa sus brazos alrededor de mi cintura.

—¡Partida! —anuncia Dimas. Enciende el carro y empieza a sonar música de la radio.

Alguien pregunta sobre el examen y un montón de voces se agolpan para sacarle la madre a la profesora que puso unos problemas imposibles de resolver.

Se me ocurre que voy a estar más cómoda si pongo mi brazo alrededor del cuello de Tomás y sí, en parte. Ahora tengo mi costado totalmente apoyado contra su pecho. Pero por otro lado él tiene que levantar su cara para no ahogarse con el lado de mi seno derecho. El pasar de las luces de la calle se dibujan sobre su rostro de la misma forma que lo hicieron en aquel hotel de Caracas, encerrados en un baño oscuro.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora