Capítulo 30 (parte 1)

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Me acerco a la cantina de Mecánica donde acordamos conseguirnos, y aún a la distancia distingo su figura. Está sentado en una de las dos bancas frente a la cantina, con libros esparramados en la mesa. Apoya su mentón sobre su mano izquierda y con la otra anota algo sobre su cuaderno. El muy nerdote aprovechó la espera para estudiar. Yo iba a hacer lo mismo si la primera en llegar era yo.

Siendo sábado, hasta la cantina está vacía y no hay nadie más que él y yo, y quizás algunos otros estudiantes desdichados en alguna parte del campus. Sin pena, me detengo a cierta distancia para observarlo.

Lleva las mangas de la franela dobladas para que sean más cortas, porque seguro tenía calor, y lo bueno es que eso me deja ver la linda curva de sus bíceps y tríceps que tienen que ser en parte genética y en parte esfuerzo en el gimnasio. Pausa la escritura mientras piensa y, probablemente sin notarlo, posa la parte de arriba del portaminas contra su labio inferior.

Nunca pensé que un implemento de escritura me pudiera dar tantos celos.

Reactivo mis pies y finalmente oye mis pasos. Hoy sus ojos se ven oscuros pero tan profundos como siempre. Una esquina de sus labios se curvea mientras me observa rodear la banca para sentarme junto a él.

—Una pregunta —es lo que ofrezco a modo de saludo—. O quizás dos. La primera, ¿te acordáis del primer día de clases?

Tomás ladea su cabeza.

—Vagamente.

—Segunda entonces, ¿te acordáis que vos y yo fuimos los primeros en llegar a la uni y que cuando te saludé me ignoraste? ¿Por qué fue eso?

Como por arte de magia, sus mejillas se ruborizan y me esquiva la mirada. Me inclino un poco sobre la mesa para que no pueda evitar mi escrutinio y se aclara la garganta antes de hablar.

—Es que...

—¿Aja? —Le encajo un dedo en el costado. Me duele un poco porque es puro músculo.

—Tenías el pelo desordenado y me pareciste demasiado linda.

Ahora la que se pone roja, azul y morada soy yo.

—Ah, pues yo más bien pensé que eras un odioso.

—¿Todavía lo crees? —Sonríe un poco con la pregunta, un arco sutil de sus labios que a simple vista uno podría obviar. Pero he ido aprendiendo que así son las cosas con Tomás, las importantes no están a simple vista. Hay que observarlo con detenimiento para entenderlo.

Entre más lo hago, más me derrito.

—No, odioso no. —Me hago la que no me tiene el pulso por las nubes y saco mi cuaderno, calculadora y demás, para unirme a la sesión de estudio—. Ahora me parecéis muy peligroso.

Si fuera cualquier otro lo refutaría, o sacaría algún comentario picante para profundizar el coqueteo. Pero no Tomás. Su respuesta es ponerse más rojo aún.

—¿Veis? ¡Precisamente por eso! Deja de ser más penoso que yo, si seguro habéis tenido veinte novias.

—Pues no. —Muerde su labio y retoma el portaminas que había abandonado—. No he tenido ninguna.

Ante tal silencio, se oyen hasta los carros de la Avenida Guajira. Tomás levanta la mirada.

—No te creo. —Dicho esto, se me cae la quijada del shock.

—Pues sí. —Pasa una mano por su cabello y como lo lleva más corto de lo usual, mechones se mantienen elevados hacia el cielo después del gesto.

—¿Con esa cara? ¿Con ese cerebro? Es más, ¿con esa dulzura? —Y ni hablar de ese cuerpo, uuuf.

—Ni una. —Con el portaminas traza una de las líneas de su cuaderno y solo me mira para decir—: Por el momento.

Trago grueso. Esa última parte se refiere a mí.

Después de la... confesión, lo que sea que fue aquello esa tarde lluviosa... la gravedad entre nosotros ha sido innegable. Pero antes de que nos estrellemos el uno con la otra, y antes de que los terceros se metan en medio, le pedí que lo lleváramos lento. Que nos conociéramos mejor antes de dejar que la gravedad nos venza. Él aceptó, así que no somos novios pero tampoco somos solo amigos.

—¿Ni Andrea Vélez? —Retuerzo el dobladillo de mi franela debajo de la mesa. Quiero saber, pero a la vez me da nervios lo que pueda decir.

—No. Yo nunca me sentí así con ella.

—Pero ella sí. —Esto no es una pregunta. Está más claro que el agua mineral, no la del Lago.

—Ya no.

—Eso es buena noticia. —No oculto la sonrisa.

—¿Y tú has tenido novio? —Él mismo se incomoda por la pregunta y agrega—: Digo, solo por curiosidad, no porque vaya a juzgar.

Ya lo sé, este chamo es un pan dulce que no se pone con esas vainas machistas de tantos otros. Por eso es impensable que se haya mantenido soltero por veintiún años. Claro, él ocultaba muy bien su estatus de pan dulce y se hacía ver como intocable. A lo mejor eso es lo que tenía a todos los prospectos intimidados, como yo lo estuve.

Me debato si decirle alguna mentirita blanca para que no crea que soy una perdedora, pero no es como que voy a poder ocultar por mucho tiempo lo que soy.

—No, nunca había levantado.

—Tampoco te creo —bufa con su pequeña sonrisa—. Hay varios interesados.

Lo empujo con mi hombro.

—Pues a mí esos supuestos no me interesan.

Los ojos de Tomás brillan. Ese fenómeno es el verdadero reflejo de su alegría y no la sonrisa indudable que ofrecería otro, y mi nueva adicción es ser la que le prende ese farol.

En cambio, yo sonrío tan ampliamente como para compensar la seriedad del resto de su rostro. Excepto que cuando sus ojos se desvían hacia mis labios, la emoción que me embarga es algo que no sé poner en palabras. Es esa gravedad que me atrae hacia él y que tengo que estar resistiendo todos los días, o sino delato lo mucho que me tiene presa de su encanto.

Tomás levanta una mano para pasar un mechón de mi cabello detrás de mi oreja, sus dedos deslizándose suavemente hacia mi quijada. Creo que aquí es el momento en el que finalmente nos vamos a dar nuestro primer beso, y cada vaso sanguíneo de mi piel clama por ese momento.

Y por supuesto la vida nos interrumpe.

—¡Epaaa! No sabía que iban a llegar temprano.

—¡Epaaa! No sabía que iban a llegar temprano

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Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now