Finalmente hacia la tarde nos montamos de nuevo al bus y esta vez nos encaminamos hacia el hotel donde nos vamos a quedar esta noche y mañana. En colectivo, decidimos pasar un transcurso suave y aprovecho para mirar por la ventana del bus al trecho entre la USB y Caracas. El verdor de las montañas resalta tanto como lo encutupuradas que son las calles de carros, motos y edificios por doquier. Es como estar en otro mundo comparado a mi ciudad natal.

En el hotel descubro que me toca compartir habitación con Juliette y también nada más y nada menos que con Erika y Andrea. Mientras nos arreglamos para rumbear en Las Mercedes, el silencio sepulcral en la habitación es tan tenso que oprime los pulmones. Solo respiro cuando, unas horas después, salgo al lobby y me consigo a Yael ya listo.

—Mijaaa —silba tan duro que varios empleados se voltean a mirar—, pero te vamos a tener que asignar guardaespaldas.

—Chito. —Mi reproche no puede ocultar el hecho de que mi la temperatura de mi cara se dispara al techo ante el escaneo que me hacen los ojos de Yael.

Me puse unos jeans azules de esos súper pegados y bajos a la cadera con una blusa suelta que se amarra alrededor del cuello y deja mis brazos y la parte superior de mi espalda totalmente descubiertos. Es de una tela beige muy sedosa que se siente súper suave al tacto. Ha sido un modelo muy popular en la tienda de mis papás, y por fortuna también vendemos unas zapatillas tipo ballet que le hacen juego y no me van a matar los pies esta noche.

En eso Erika sale del ascensor con un top ceñidísimo a su cuerpo y con un escote que hace que los ojos de Yael casi se escapen de sus sitios. Varios de los muchachos salen detrás de ella y no pueden despegar su atención de cómo se tongonean sus caderas al caminar con tacones que parecen rascacielos. Aunque no va a poder caminar al final de la noche, no le va a faltar quién la cargue.

Eventualmente a grupos o individuos, todos nos apiñamos en el lobby y empezamos el arduo proceso de agarrar un taxi tras otro hacia el club nocturno. No lo seleccionamos nosotros así como así, sino que a uno de los mayores que están en ASME se lo recomendó esta mañana alguien de la USB.

Los taxistas no nos dejan montarnos de a más de cuatro por taxi, y como fui de las primeras en bajar voy apretada entre Yael y Erika en el asiento trasero. La carrera se hace eterna hasta que llegamos al club y cuando me bajo del vehículo casi quisiera besar el suelo.

Al tipo de la entrada se le cae la quijada cuando saco mi cédula de identidad de los confines de mi push up y deduzco que debe ser nuevo en el trabajo de portero, porque no soy la única chama con ese truco. De hecho, Erika hace lo mismo y ante la misma reacción del tipo, ella y yo intercambiamos una mirada divertida.

Del shock, las dos nos volteamos a enfocarnos en lo que sea. Ahí noto que llega otro de nuestros taxis y se baja Javi. Casi que corro a engancharme de su brazo.

—¿Tanto me extrañabas? —se ríe y saca su billetera y le ofrece su cédula al portero, que finalmente nos deja pasar.

—Sí, necesito a mi compañero de despecho.

La razón de mi sufrimiento es Mecanismos, la de él eso más que antes del viaje tuvo un pleito con Beto y no se hablan. Por eso anoche durante el viaje nos apoderamos de una botella de Cacique.

—O sea, ¿sabéis que te podéis disculpar, no? —grito mientras bailamos una canción electrónica sin muchas ganas.

—Pero, ¿yo qué culpa tengo que Ingeniería me absorba la vida?

Y es que esa precisamente es la manzana de la discordia, que Beto tiene celos de lo tanto que los estudios ocupan el tiempo de Javi y que para rematar quisiera venir a un congreso de tres días en vez de ir a una cita con él.

Debe ser difícil ser pareja de alguien estudiando Ingeniería sin compartir el sufrimiento, no como Juliette y Dimas por ejemplo. Pero no sé, si uno de verdad quiere a alguien debiera hacer todo lo posible para que las cosas funcionen, ¿no?

La canción cambia a un merengazo de Elvis Crespo y Javi me atrae entre sus brazos. Ahora que no hay presión entre nosotros, bailamos sin enredarnos como antes y relajados. De hecho, seguimos la conversación como si nada.

—¿Y si al volver te le presentáis con flores o algo? O llévale un souvenir.

—¿Qué carajo le puedo llevar de aquí? ¿Una botella de ron vacía?

Me da la vuelta y la risa se me ahoga en la garganta, porque a través de un claro entre la gente consigo a Tomás apoyado con un codo sobre la barra del bar. Su camisa gris debe estar hecha a la medida porque le ajusta perfectamente sobre los hombros anchos y la cintura pequeña que tiene. Y sus ojos, que hoy llevan lentes de contactos, están puestos en mí. Los siento como una corriente eléctrica que viaja por mi piel.

Ante mi repentina parálisis, Javi lanza una mirada sobre su hombro y nota lo mismo que yo.

—Qué interesante.

—Más bien que extraño —corrijo.

—¿Y por qué? Si hoy paráis el tráfico. —Javi menea las cejas—. Tomás no es al único que he cachado desvistiéndote con los ojos.

Le doy un golpecito al hombro.

—Gracias por el cumplido pero no es así. O sea, Tomás y yo de vaina somos panas. Y además él tiene a su cuaima. —Estiro el cuello para mirar alrededor—. Hablando de ella, qué raro que no esté guindada del brazo de Tomás.

—Es porque está bailando con Anderson.

—Miarma...

—Decime la verdad, Dayana. Si Andrea no estuviera más atravesada que un miércoles, ¿no querrías algo con Tomás?

Se me enredan los pies y accidentalmente piso a Javi. Aunque se frena y se encoge del dolor, mantiene el enfoque en mí. Analizando la expresión de mi cara aún bañada por luces titilantes y sombras intermitentes, llega a una conclusión él solito.

—Con que síííí.

—Guarever —espeto con fuerza—, no tiene caso pensar en los «y si». Las cosas son como son y viéndote batallar con el balance entre los estudios y el amor, yo no creo que pueda hacerlo mejor.

—Eventualmente vais a caer, Dayanita.

—No creo. —Levanto los hombros—. Porque eso requiere que un chamo caiga también y así supuestamente me anden buceando hoy, no los veis haciendo cola pa' bailar conmigo.

—¿No será porque me ven a mí atravesado? —Un lado de los labios de Javi se levantan en una sonrisa picarona.

—No creo, porque cuando un chamo quiere algo no hay quién lo pare.

Y también el contrario, cuando no quieren algo o a alguien, no hay quién los convenza. De nada sirve que yo me empepe otra vez sin que me quieran de regreso.

 De nada sirve que yo me empepe otra vez sin que me quieran de regreso

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NOTA DE LA AUTORA:

¡Ya no lo puede ocultar! Dayana modo crush con Tomás activado. ¿Fracasará el equipo o no? ¿Y el pajúo del Anderson quiere atacar o qué? Quédate en este mismo canal para descubrir las respuestas ✨

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now