—Tomás, ¿no te das cuenta de que yo solo te quería proteger?

Como él me da la espalda, distingo sus hombros contraerse con tanta tensión que la parte de atrás de su franela verde se arruga.

—¡No soy un bebé en pañales como para que me protejas!

—Yo sé. —No veo la expresión de ella porque Tomás la tapa, pero su voz suena temblorosa, como que quizás está a punto de llorar—. Pero ellos no te conocen como yo, ni saben por lo que has pasado.

—Claro que no, porque no dejas que los conozca yo primero.

«Así es, ¡tú dile, Tomás!».

Una vocecita sensata en el fondo de mi mente sugiere que de la vuelta en U otra vez y agarre el camino largo para bajar y encontrarme con Javi en la cantina de Arquitectura. Sería lo correcto, sobretodo después de lo que pasó con los espionajes de Erika el año pasado. Y como no soy una niña mala, empiezo a alejarme cuando oigo mi nombre.

—¿Y crees que gentuza como Erika y Dayana quieren ser tus amigas? —Andrea bufa.

—¿Qué dijiste? —La pregunta la hace Tomás pero hace eco a la mía.

Con la misma me regreso a la esquina. Yo no tengo la culpa de que se pusieran a hablar de mí justo afuera del salón de clase. Esto sí que es personal, en contraste con la acosadera de Erika.

—Por favor, no seas ingenuo, Tomás. Esas dos quieren otra cosa contigo.

—Ya está bueno. —Hace ademán de rodearla para seguir de largo pero ella no lo deja.

En el jamaqueo Andrea queda al descubierto y me escondo detrás de la pared otra vez. Mi corazón late al mismo ritmo de cuando me quiere dar un ataque de pánico. Ahora que sí quisiera irme al carajo, mis piernas se han convertido en dos bloques de plomo que solo pueden sostenerme en un solo sitio.

—No, Tomás escúchame. Yo sé que la Erika esa te vale mierda, pero no te dejes engañar por la otra. Es una pata en el suelo muy por debajo de tu nivel, igual que el resto de esta gente. No entiendo por qué te quieres rebajar así.

Ahí es cuando se me suben las hormonas, se me cruzan todos los cables y se me termina de apagar el cerebro lógico. Calor recorre mis venas como si fueran vetas de lava de un volcán a punto de estallar.

Y eso hago.

—Por lo menos yo no soy una engreída que se cree que el éxito financiero de sus padres es una personalidad válida. —Los dos se voltean con exactamente las mismas expresiones de shock y aprovecho para levantarles el dedo del medio—. Mantengan mi nombre fuera de sus bocas.

Piso tan fuerte que el eco me quiere dejar sorda. Los empujo a los dos fuera de mi camino y bajo por las escaleras con la frente bien en alto. Seré Dayana la del Barrio, pero mucho mejor eso que ser una copia al carbón de Soraya Montenegro.

Mis pulmones trabajan como si estuviera corriendo aunque camino a paso tranquilo hacia la entrada posterior a Arquitectura por el Ala C. Cierro y aprieto los puños como si me preparara para golpear a alguien. Cruzo a la izquierda y salgo al calor insoportable del mes de julio, que en este momento no se compara al de mi cuerpo.

Consigo a Javi debajo de una mata escribiendo un mensaje de texto que seguro va a su nuevo novio, con el que nos vamos a encontrar para almorzar.

—¿A que no sabéis lo que me acaba de pasar? —La rabia en mi voz es tan obvia que cuando Javi levanta la cara, su típica sonrisa se derrite.

—¿Por qué parece como si quisierais cometer un asesinato?

—Porque lo estoy contemplando. —Me planto frente a él y me obligo a respirar profundo varias veces.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now