Se carcajea sin nada de humor.

—¿Y quién fue la que copio el número? O sea, si no querías hubieras dicho que no, y ya.

—¡Porque justo me temía que te lo pudieras tomar a mal! —Lanzo mis brazos hacia el cielo implorando por paciencia—. No puedo creer que ya ha pasado como medio año de eso y no habéis aprendido la lección.

—Y yo no puedo creer que haya pasado medio año de eso —esto lo canturrea en burla—, y todavía te las deis de la más santurrona.

—Ah, ahora soy santurrona pero el semestre pasado en casa de Javi era una puta, ¿no?

—Eso no lo dije yo, te lo dijiste vos solita —dice mofándose otra vez.

—¿Sabéis qué? —Pestañeo rápido para contener las ganas de llorar—. Esto fue un error. Yo pensé que habías madurado y que hasta a lo mejor te sentías sola sin Cintia, pero ya veo que no es así.

Erika da un paso largo hasta estar a tan poca distancia de mí que noto las pecas en su nariz. Es chocante como alguien que es tan linda tiene tanto odio en sus ojos.

—No necesito nada tuyo. Ni tu lástima, ni tus discursos estúpidos, ni que te metas en mis asuntos. —De lo estupefacta que estoy, no me defiendo cuando me da un empujón que me hace trastabillar—. Vete a la mierda y quédate ahí, bien lejos de Tomás y de mí.

Se da la vuelta y toma el camino de regreso por donde venía.

Mi cerebro se tarda un buen rato en procesar lo que acaba de pasar. Repite la conversación como si fuera una grabación en DVD desde el principio. Quizás si soné como le tenía lástima, aunque esa no era mi intención. Yo solo quería enmendar algo que aparentemente estaba más roto de lo que yo pensaba.

Un pequeño sollozo raspa mi garganta como si fuera una lija. La dirección por donde ella se fue es el camino más corto hacia la cantina de Industrial, donde me espera Javi, pero no me la quiero encontrar otra vez. Doy la vuelta con la intención de atravesar toda el Ala B y luego tomar el camino externo, y las primeras lágrimas caen por mis mejillas. Al menos voy a tener bastante tiempo de llorar antes de ver a Javi otra vez.

Pero no doy ni un paso cuando distingo a Yael caminando hacia a mí. No me ha visto porque está tecleando un mensaje en su celular. Quiero llorar sola y sin tener que dar explicaciones, así que me escabullo dentro de uno de los salones oscuros que están detrás de mí.

Y me topo de frente con Tomás Arriaga.

Inhalo con tanta fuerza que me vuelvo a lacerar la garganta.

—To... ¿Tomás? ¿Qué hacéis aquí?

—Quería algo de paz —responde en tono irónico.

La oscuridad dentro del salón de clase no es total, gracias a la luz que se filtra por las ventanas y la ventanilla de la puerta detrás de mí. Distingo su ceño fruncido, la rígida línea de sus labios apretados.

—¿Lo oíste todo? —Es una pregunta retórica. La respuesta está escrita en el gesto de su cara.

Él se pasa una mano por su pelo que vuelve a caer exactamente como estaba, con unos mechones sobre su frente.

Los pasos de Yael hacen eco por el pasillo y me adentro más hacia el salón para que no me vea. Con el movimiento, Tomás se echa un paso atrás y se tropieza con un pupitre. Yael no lo debe haber oído porque sigue de largo, pero esa pequeña victoria no es suficiente para relajarme.

—Lo oí pero no lo entendí. Explícamelo.

Su tono de voz no suena más seco de lo normal. Las pocas veces que lo he oído hablar han sido así, muy eficientes. La falta de «por favor» y «gracias» parecen muy clásicas de él, y si no lo fueran en este momento no tengo derecho a reprochárselo. Tiene que estar molesto porque sí. La pregunta es en qué punto del rango lo está, si entre leve ladilla o furia volcánica y vengativa. Yo no me hubiera imaginado que Erika era capaz de esa categoría máxima, así que no tengo idea de como juzgar a Tomás.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora