Pero hay buenas noticias. Primero, tiene pinta de que acabaré el segundo semestre sin que me quede ninguna materia. Es más, considerando que raspé el primer parcial de Física I, entre el segundo parcial y el recuperativo la he levantado a un promedio de quince. Estoy en plenas vacaciones de Navidad y lo único que hago es dormir para reponerme del ajetreo del semestre.

Y eso no es todo, la mejor noticia de todas es que finalmente soy tía.

Valentina, Bárbara y yo nos asomamos sobre la cuna de la bebita recién nacida. Se llama Adriana y es demasiado chiquitita para los pulmones que se gasta. En este momento está dormida. Sus cachetitos gorditos y rosaditos me hacen algo en el corazón que duele.

—Yo muero por ella —susurro con mi voz más baja.

—Y yo mato por ella —agrega Valentina.

—Y yo no sé que hay de por medio pero eso hago yo —confirma Bárbara.

La bebé hace un ruido como de molestia y nosotras tres nos hacemos el gesto universal de chito entre nosotras. Caminamos fuera del cuarto en puntillas y yo me afano en cerrar la puerta lo más lento que puedo. El suave golpe de la puerta contra el marco me hace encogerme pero del otro lado sigue reinando el silencio.

La pobre Valeria está en su cuarto colapsada. Apenas hace una semana dio a luz pero recuperarse no ha sido fácil con una bebé que llora con megáfonos varias veces al día y la noche.

El apartamento de Salomón y Valeria todavía no está amoblado en totalidad porque justo lo habían logrado comprar hace solo un mes. Así que todos los parientes y vecinos que visitan para felicitarlos no llegan más allá de la puerta.

Ahí conseguimos a mi hermano hablando con el señor Olegario, el vecino de al lado de mis papás. Es un señor bien mayor que nos decía que si se moría, Salomón le podía comprar su apartamento. Pero aquí sigue vivo y seguimos todos viviendo en el mismo edificio.

—¿Ya? —Nos pregunta Salomón cuando nos ve salir. Su pelo está parado en puntas desordenadas como era la moda en los noventas, excepto que ahora es accidental. Las ojeras le llegan a la barbilla y no se ha afeitado en no sé cuánto tiempo, pero la sonrisa casi le da la vuelta a la cabeza.

—Sí, es demasiado hermosa. —Valentina hace un ruido con la nariz como de que quiere llorar—. Felicidades, cuñado.

Se dan un abrazo y luego Bárbara toma el turno.

—Felicidades, primo. El look paterno te queda horrible pero a la vez no.

—Muy dulce como siempre, prima.

Mi hermano me observa a la expectativa de qué le voy a decir yo. Me cruzo de brazos y lo pienso.

A veces me parecía como que Salomón era el hermano menor. Me lleva siete años de diferencia pero hasta hace relativamente poco era yo la que tenía que andar recordándole que actuara como su edad. Pero ya no hace cosas como tirarse por las escaleras con sus amigos a ver quién cae como los gatos. Ahora es papá.

Coño. Mi hermano es padre.

Ese pensamiento es el que hace que mis ojos se conviertan en dos Churún Merús.

—Ay vale, no. Que me vais a hacer llorar a mí. —Salomón pestañea rápido pero se le escapa una lagrimita.

Mientras el vecino carcajea con su voz seca y aguda, y las muchachas también moquean detrás de mí, yo le doy un abrazo de oso a mi hermano que él me devuelve con todas sus fuerzas.

—Oléis a rancio —digo con my cara magullada contra su pecho.

—Y vos también pero yo sí tengo excusa —devuelve él con una risa temblorosa.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now