Capítulo 16 (parte 2)

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—Hola, mamacita rica.

Hago un esfuerzo sobrehumano de no poner cara de asco. No solo el saludo es repugnante, sino también la expresión del tipo de al lado. No despega sus ojos pervertidos de mi escote.

—Con permiso —digo, dispuesta a mudarme de inmediato a otro planeta.

Pero el tipo atraviesa un brazo y me bloquea.

—¿Qué te parece si vamos a pasarla rico en un rinconcito?

Intento escapar pero del otro lado estoy bloqueada por un grupo de gente en el bar. No me queda más remedio que empujar el brazo del tipo, pero en eso pone su otro brazo sobre mis hombros y ahí si entro en pánico.

—Me encantan las mujeres salvajes —dice en mi oído arrastrando las palabras de la embriaguez.

Peor todavía. Nunca se sabe cómo puede reaccionar un borracho.

Cierro los ojos y me alisto para pisarle el pie y salir corriendo. Pero una mano se cierra alrededor de mi muñeca y me tiempla fuera del medio abrazo del borracho. Por un instante me temo que sea otro espécimen indeseable, excepto que el olor de su colonia lo delata.

Es Tomás.

No sé que me da más impresión, si el sentido de gratitud o la decepción de que no me pude rescatar sola. O el hecho de que sea Tomás el que me haya rescatado. O que del jalón me tiene totalmente fundida contra su costado con un brazo en torno a mi cintura. Levanto la mirada y noto un músculo de su quijada saltar. Sus ojos deletrean violencia si el borracho sigue molestando.

—¡Ey, ella era mía! —Y obvio que el tipo no está en sus cabales para darse cuenta de que Tomás lo quiere matar.

—No, nunca lo fue —le espeta. Tomás baja la mirada hacia mí, recorriéndola por mi cara que debe mostrar no sé qué. Hay un coctel extraño de emociones en mi barriga—. ¿Estás bien?

La verdad no. Abro y cierro la boca pero no sale nada.

Menos mal que Tomás se hace cargo mientras mi cerebro se resetea. Le vuelve a lanzar otra mirada hostil al tipo y gracias al cielo la situación no pasa a mayores. El borracho se rinde y empieza a intentar sonsacar a una chama del grupo de al lado.

Tomás nos navega otra vez hacia nuestra mesa y me doy cuenta de algo. En todo el rato no se aparta de mí. Su brazo me mantiene firme contra él y de vez en cuando él mira sobre su hombro, cerciorándose de que el borracho no nos sigue.

Ya de regreso en nuestra esquina segura y rodeados de nuestros panas es cuando pone distancia. Ahora dirige esa mirada asesina hacia mí, y se pasa una mano por su cabello como exasperado. Un mechón negro se escapa del arreglo con pomada y cae sobre su frente.

—¿Cómo se te ocurre irte sola?

Ay, suena como mi hermano. El cual no puede enterarse de que pasé este susto.

—Bueno, ya pasó, ¿no? —Abrazo mi botella de agua fría hacia mi pecho—. Y por cierto, gracias.

—De nada. —Sus hombros decaen, como si apenas estuviera liberando la tensión.

Pongo la botella sobre la mesa, medio escondida entre vasos medio vacíos y cubetas que ya no tienen hielo sino agua, y extiendo mi mano hacia Tomás. Él pestañea como si no entendiera. Sin más, agarro su mano y lo atraigo hasta que no tiene más remedio que seguirme la corriente.

—Siempre estáis muy serio, ¿sabéis? Te hace falta soltarte un poquito.

Pongo sus brazos alrededor de mi cintura y me muerdo los labios para no reírme, porque Tomás se ha convertido en la personificación del shock. Sus cejas se levantan y sus ojos se abren de par en par.

—Este... —Por primera vez no se le ve sifrino y echón como costumbre.

—¿No sabéis bailar?

—No, sí sé...

—Ah bueno, porque ésta es fácil —digo a la vez que suena una de esas de Wisin y Yandel que la zandunguean hasta las hormigas.

Quizás es por el remanente de ron en mi sistema o las ganas de olvidarme de todo lo que acaba de pasar, pero ciño mis brazos sobre los hombros de Tomás y dejo que la canción me guíe.

Así de cerca su colonia es tan intoxicante que me olvido de que puede haber audiencia y reposo mi cara contra su cuello. Siento una de sus manos deslizarse hacia arriba de mi espalda, accidentalmente levantando mi blusa. O no tan accidentalmente porque su otra mano, posada sobre mi cadera, hace un leve contacto con mi piel que me hace boquear.

No me molesta. De hecho, le pago con la misma moneda rozando mi mano por su nuca y hasta su pelo. Sin duda el ron se ha subido a mi cabeza. O ha bajado para otro lado. Sin duda Tomás también tiene que estar bebido. Porque nadie pasa de no decirse los buenos días a estar cadera con cadera, un muslo atravesado entre mis piernas, y más pegaos de lo que los mismos Wisin y Yandel instruyen. Y de todas las sorpresas de la noche la que menos imaginé era que Tomás sería el que más me haría delirar en la pista de baile.

 Y de todas las sorpresas de la noche la que menos imaginé era que Tomás sería el que más me haría delirar en la pista de baile

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NOTA DE LA AUTORA:

Sí, a veces soy magnánima y publico dos capítulos a la vez. Sobre todo pa' lanzarles un strike como este. ¿Les gustó? ☺️

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now