Capítulo 16 (parte 1)

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—Mija pero me hubierais dicho que te ibas a poner tan buena pa' yo hacer más esfuerzo.

Le pongo una expresión a Juliette como de que me habló en otro idioma. Me puse unos jeans negros de esos que casi cortan la circulación, tacones negros de plataforma que le dan buena forma a mis piernas y me dan mejor visión. Arriba tengo una blusa morada sin mangas y muy suelta, que lo que no tiene de sutileza es que la línea del escote va exactamente en paralelo con la del famoso push up. Me veo mami y lo sé, pero no como para parar el tráfico.

—¿Qué habláis? Si estáis tan linda que Dimas no te quita los ojos de encima —susurro solo para sus oídos.

—¿Sí? —Juliette desvía sus ojos al chamo en cuestión y en efecto lo consigue con su atención en ella—. Bueno, vamos a ver si hay suerte esta noche.

—Upa cachete. —Le pico el ojo. Haré todo lo posible para arrimarlos a que bailen juntos.

—¡Ey, aquí estamos! —exclama Javi de pronto hacia alguien que debe estar por la entrada. Como Yael hizo la invitación a todo el mundo, aquí se puede aparecer media Ingeniería Mecánica.

Volteo a ver quién es el próximo miembro del grupo y resultan quienes, y los menos esperados. Anderson y Tomás. Me frotaría los ojos para cerciorarme de que no estoy alucinando, pero me dañaría el maquillaje que con tanto esfuerzo me puse.

Anderson va más adelante y como todavía estoy un poco removida del grupo al acabar de llegar, me observa de pies a arriba. Cuando llega a mi cara le saco la lengua, pero en vez de molestarse se sonríe con la mitad de la cara.

Detrás de él va Tomás y varias cosas me sorprenden, aparte del hecho de que esté aquí. Hoy no lleva sus lentes de pasta sino de contacto, y esa falta de barrera hace que su cara de un impacto de infarto.

—¡Esooo! Llegaron los que nos van a patrocinar las bebidas —bromea Yael y les hace un puesto en el sofá.

Me pasan de largo y otra vez me da el olor a colonia. ¿Será que Tomás prácticamente se echa todo el pote cada vez que va a salir o que mi nariz es demasiado sensible? Lo bueno es que el olor no me molesta. Lo malo también es que no me molesta.

Me siento en la esquina opuesta en el sofá junto a Javi, para tener buen puesto y ver quiénes más van llegando. Nuestra mesa cada vez se llena de más escándalo a medida que el grupo crece, pero hay dos ausentes que me sorprenden.

—¿Y Erika y Andrea? —Le pregunto a Javi a gritos, porque ya el sitio está casi a capacidad y la música resuena por las paredes.

—¡Sí, la música está buena! —contesta, obviamente no habiendo oido lo que pregunté.

Me río para mis adentros pero prefiero quedarme en ascuas. Más que saber por qué ninguna de las dos está aquí si el vértice de su triángulo amoroso lo está, lo que quiero es que Javi me saque a bailar.

Pero todavía el grupo está más pendiente de repartir tragos de ron Cacique 500 con Coca-Cola que de bailar, y aunque la mayoría no tenemos veintiuno, una de las primas de Dimas sí y ella nos alcahuetea. De reojo veo que Tomás saca un buen fajo de billetes de su billetera y hace el pago, con lo que el saludo de Yael hacia ellos empieza a tener sentido.

Salomón dijo que cero alcohol pero si algo he aprendido este semestre es que si el límite tiende a cero no es exactamente cero. Así que acepto un vaso que me prepara Yael y decido que un solo vaso es casi lo mismo que ninguno. Salomón no tiene que saber que el vaso es como el doble de uno normal.

La parte ron del trago se asienta en los huesos, y la parte refresco en los músculos. Así que poco después de la primera ronda casi todo el grupo está lo suficientemente energizado como para levantarse a bailar. Pero en el rollo de la repartición de tragos quedé al lado de Yael, así que él es el que me saca primero.

Ponen una salsa de Jerry Rivera que parece hecha exclusivamente para Yael. Desde la primera vez que bailé con él descubrí que el truco es apagar el cerebro y dejarlo a él hacer todo el trabajo. Y funciona de maravilla. No me pasa absolutamente nada por la mente del parcial que raspé, o de con quién estará bailando Javi, o dónde están Erika y Andrea. Doy vueltas, hago piruetas y meneo el esqueleto más de lo que pensé que era posible, ocasionalmente captando vistazos de la sonrisa amplia de Yael o de sus ojos.

Cambia la canción a un merengue pero antes de que Yael se pueda inspirar mucho, alguien se atraviesa.

—Baila conmigo.

Tanto a Yael como a mí se nos cae la quijada al ver a Anderson ofrecerme su mano.

Anderson.

El malasangroso. El más insoportable de todos.

—¿Ah?

Él aprovecha lo estupefacta que estoy para levantar mi mano del hombro de Yael y ponerlo en el suyo, y así paso del uno al otro. Me da un poco de risa ver a Yael haciendo el gesto de que le tiene los ojos encima a Anderson a sus espaldas. Me da un guiño y se va a bailar con otra.

Por otro lado, Anderson tiene la media sonrisa esa que me estresa.

—¿Y esto a que se debe? —le pregunto casi a gritos.

—Curiosidad —es su respuesta y nada más.

También baila muy bien. Creo que todos estos carajos se metieron en clases de salsa casino. Pero a diferencia de Yael, con quien bailar es divertido pero agotador, Anderson me pone nerviosa. Algo en sus ojos parece como si estuviera juzgando cada uno de mis movimientos y no sé si para bien o para mal.

Cuando la canción cambia, brinco fuera de sus brazos y agarro a Juliette para una pausa de chamos estratégica. Las dos bailamos como tontas, copiándonos la una a la otra y con risotadas medio borrachas.

NOTA DE LA AUTORA:

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NOTA DE LA AUTORA:

Que siga la fiestaaa 😏

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now