El instructor nos llama la atención para que rodeemos la única mesa de ping pong disponible. Es un chamo a penas un par de años mayor que nosotros pero ya tiene la actitud sufrida clásica de alguien que ha estado enseñando lo mismo año tras año.

—Buenos días. —Después de que le devolvemos el saludo sigue—: A los nuevos los pongo al corriente durante la clase, pero reanudemos donde quedamos.

Sinceramente tengo tanto sueño que no le paro mucha bola a la explicación. Ayer me quedé despierta hasta tarde estudiando y de vaina no me dormí en pleno Ruta 6 en el camino. Me despabilo un poco cuando el instructor agarra a Tomás para hacer una demostración, y resulta que el odioso había agarrado esta electiva por una razón.

Es todo un profesional.

La bolita va de un lado a otro como un rayo. Erika está del otro lado de la mesa y lo que le falta es que sus ojos se vuelvan corazones, como si estuviera viendo a un beisbolista o un futbolista en pleno partido. La atención de Tomás está enteramente en el voleo, no la pierde ni siquiera cuando sus lentes se deslizan un poco más abajo en su nariz. A diferencia del instructor no hace ni un solo ruido ante el esfuerzo de perseguir la saeta que es la bolita. Creo que si esto sigue le va a ganar al instructor.

—Un consejo —susurra Yael hacia Juliette y yo—, no jueguen contra Tomás.

No tiene que decírmelo dos veces a mí.

Pero por parte de Erika, seguro que preferirá sufrir vergüenza jugando con Tomás que cederle ese puesto a otra persona.

En efecto, cuando nos toca jugar en pares, Erika se arreguinda del brazo de Tomás. Yo hago lo mismo pero del de Juliette. Yael nos pone cara de pocos amigos pero se junta con un chamo que se llama Teófilo Jiménez.

—¿Vos sabéis jugar? —me pregunta Juliette.

—Sí pero no como pa' que me manden pa' las Olimpíadas.

—Marica yo igual. Lo de Tomás es otra cosa.

En efecto, cuando nos toca a Juliette y a mí tenemos un buen voleo pero como en cámara lenta. Creo que duramos cinco minutos cuando mucho y ya siento como que me duele el hombro, pero por lo menos no pasamos vergüenza. Nos damos los cinco cuando terminamos.

Como si fueran rayos láser, mi atención es atraída por los ojos de Tomás. El pobre tiene un semblante como ladillado mientras Erika cotorrea en su oído sobre algo de ping pong. Pero en eso él rompe el contacto visual para enfocarse en sus gomas, unas Converse azules que se ven casi nuevas. Me da risa porque tengo puestas unas imitaciones de Converse llevadas por la vida.

Otra ronda más de transcurre y le empiezo a agarrar el gustico a la clase. No se me hubiera ocurrido que jugar ping pong debajo de un cují podría ser tan chévere y no lamento dejar botado el ajedrez.

—Hola chamas, ¿cómo andan? —Oír la voz de Erika de pronto me sorprende. Me doy la vuelta en plena conversa con Juliette y la consigo sola. Tomás se ha esfumado. Antes de que pueda decir ni pío al respecto, Erika me agarra del brazo otra vez—. Juliette, ¿me prestáis a Daya un momento? Necesito que me acompañe al baño.

—¿No queréis venir? —Dirijo la pregunta a Juliette pero ella sacude la cabeza.

—No, yo estoy bien. No he tomado ni gota de agua en todo el día pa' no tener que ir a los baños fuchis de aquí.

—Uy sí, yo también intento eso. —Con un suspiro triste sigo a Erika. A medio camino en el estacionamiento hacia el Ala A le espeto—: Mija, me vais a dislocar el brazo.

—Perdón, es que tenemos que apurarnos.

—Haberlo dicho antes. —Apresuro el paso como ella. Si la necesidad es urgente la entiendo. Aunque es como muy guerrera por ir al baño de la facultad sin su propio rollo de papel sanitario y eso.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now