Aparte de un poco ahogada no sonaba como que estuviera en peligro de muerte. De hecho, si ese fuera el caso yo no sería la primera persona a la que yo llamaría, figurativamente hablando.

Hago un puchero pero Javi debe haber oído la conversación porque ya recogió nuestros peroles y está borrando la pizarra con un trapo.

Lo bueno es que me acompaña todo el camino. Pasamos a un lado del comedor hacia la entrada principal por el Pasillo General, y luego yo cruzo a la derecha hacia el Ala A y el hacia la izquierda hacia la Biblioteca General en el piso de arriba, donde va a seguir estudiando Cálculo II hasta su siguiente clase. Lo malo es que, primero, el trayecto es corto y, segundo, que solo hablamos de límites.

Consigo a Erika junto a la puerta todavía cerrada del salón. Hay otros estudiantes esperando y les doy las buenas tardes aunque no los conozco a todos, porque vienen de las otras secciones del primer semestre.

—Aja, ¿cuál es la emergencia?

Erika me agarra por el brazo y me voltea para que le demos la espalda a los demás, luego habla con un tono muy bajito.

—Necesito que te sentéis detrás de Tomás y le agarréis el número de cédula cuando el profe de Física I pase la lista.

—¿Ejquiusmi?

—Acabo de ir a Secretaría Docente y vos sabéis que uno pone el número de cédula en la computadora y te muestra todo el horario de clases del semestre, ¿no?

—Ajaaa...

—Bueno, con su número de cédula puedo meterme a ver su horario y así poder coincidir más con él. —Sonríe de oreja a oreja como si la idea mereciera un Premio Nobel.

En contraste yo me rasco la cabeza.

—Este, ¿pero eso no es acoso?

—No, qué va. Acoso sería si le fuera a hacer daño. —Se pone las manos en el pecho, ojos grandes y aguados como la imagen misma de la inocencia—. Yo lo que quiero es que nuestros caminos se crucen más, y que así él se sienta más cómodo conmigo y que nos hagamos amigos pa' empezar.

—¿Dónde quedó lo de que simplemente le ibas a hablar más?

—Precisamente ese es el problema, que como ahora no tenemos todas las clases juntos ahora me cuesta más hablarle.

Eso es verdad. La primera parte, no lo último.

—Vamos a decir que esa parte la entiendo —murmuro a regañadientes—, lo que no entiendo es por qué tengo que ser yo la que copie su número de cédula.

—Porque a la vez te voy a estar siguiendo el consejo de conversar con él, y no puedo hacer las dos cosas a la vez sin que él se de cuenta. ¿Veis?

Me da como un mal feeling en el estómago hacer esto, tipo como cuando uno comió algo que ya estaba un poco pasado pero no te está matando. A estas alturas conozco lo suficiente a Erika como para saber que es cabeza dura y si no me pide el favor a mí se lo va a pedir a otra persona que quizás riegue la voz por ahí. Y Erika, ni con todo y sus tramoyas, se merece eso.

—Está bien pero con una condición. Esto no lo puede saber nadie.

—Por supuesto que no, por eso te lo pido a vos. Sois mi mejor amiga aquí.

Y así, medio incómoda, espero en el pasillo con ella hasta que llega Tomás. Todavía no da los buenos días pero al menos ahora hace contacto visual.

Tal como lo prometió, Erika se desliza hacia él. La valentía seguro le nace del hecho de que ya nos enteramos de que Andrea está en Física I con otro profesor.

—Buenos días, Tomás. ¿Cómo estás?

A Tomás se le ven unas ganas de no querer contestar. Para su crédito lo hace con el clásico bien y tú.

Me da un poco de risa que habla de tú y no de vos como los maracuchos rajaos. Bueno, como yo.

No le paro mucha bola al resto de la conversación y lo único que me queda es que está relacionada a la materia en cuestión. Cuando el profesor llega y entramos al salón me aseguro de cumplir el cometido y logro sentarme en el pupitre detrás de Tomás. No había pensado en otro aspecto de esta mala idea, que es el hecho de que Tomás es alto y ahora no veo un carajo de la pizarra.

Le doy una mirada de fastidio a Erika pero ni cuenta se da. Ella está sentada al lado de él, todavía montándole cháchara mientras la clase se asienta. La voz de Tomás es como el ronroneo de una moto antes de arrancar, suave y bajo pero con cierta vibración. Lo curioso es como casi no suena, porque Erika está prácticamente hablando sola.

Me pregunto si quiere ayuda, aunque tampoco es como que me esté involucrando en la conversación. El profesor pasa la hoja de examen en blanco al primero de una esquina, donde cada quien debe anotar su nombre, número de cédula y firma, y empieza la clase. Naturalmente Erika guarda silencio y ya no me tengo que seguir preguntando si rescatarla.

Noto los hombros de Tomás relajarse y me parece curioso. Como que estaba tenso ante tanta atención de Erika. Si ella lo supiera se desilusionaría.

¿Será cosa de mejor amiga decirle o no decirle?

Los minutos se me esfuman entre las manos durante ese debate y de pronto Tomás me está pasando la lista. Mi corazón va de normal a mil en mi pecho. Agarro la hoja antes de que él note algo extraño. De reojo veo a Erika levantar un pulgar como para darme ánimo.

Consigo a Tomás Arriaga al fondo de la lista, como esperaba. Tiene una firma que parece el autógrafo de un artista, una T y una A visibles con garabatos fluidos a los lados. Su número de cédula empieza por diecisiete millones en vez de dieciocho como la mía. Aunque la diferencia de números no es el millón exacta, es lo suficiente como para deducir que es un año mayor que yo.

Me agacho un poco para anotar mis datos en la lista, posicionando la hoja de forma tal que parte de mi cuaderno quede visible abajo. Ahí anoto el dichoso número de cédula del susodicho. Termino la faena y paso la hoja al de atrás.

Tengo que agarrar varias bocanadas profundas de aire hasta poder regresar mi pulso a la normalidad. Nadie me está mirando raro, con lo que supongo que nadie me vio o adivinó la fechoría en la que andaba.

El remordimiento me cae encima como un balde de agua. Fijo los ojos en la nuca de Tomás y en mi mente me disculpo con él. Caigo en la cuenta de que si un chamo estuviera haciendo lo mismo con mi número de cédula, me sentiría horrible y asustada.

No debí haber accedido a esto.

Como si ella si pudiera leer mi mente, Erika se voltea hacia mí y me hace un gesto de que le preste mi cuaderno. Nada anormal en clase, sobretodo si uno se ha perdido algo que diga el profesor. Excepto que yo sé que lo que esto significa es que me vio anotar el número y no confía en que se lo de. Y no me extraña, porque subconscientemente ya había agarrado mi borrador para deshacerme de la evidencia.

Ella abre y cierra la mano, y momentáneamente la atención de Tomás se desvía hacia ella. Y luego hacia mí. Él se voltea sobre su hombro y sus ojos medio marrones y medio verdes hacen contacto directo con los míos.

Me congelo.

—Daya, préstame tus apuntes porfa —susurra Erika con una sonrisa que no le llega a los ojos.

Como varias cabezas se voltean hacia nosotras, le doy mi cuaderno y me asiento a hacerme mejor amiga de mi sentimiento de culpa.

Como varias cabezas se voltean hacia nosotras, le doy mi cuaderno y me asiento a hacerme mejor amiga de mi sentimiento de culpa

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Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now