—Bachiller, ¿está lista?

Quiero responder que no. Pero no sé qué lograría con eso aparte de volverme el hazme reír de la clase.

—Sí —tartamudeo con una voz tenue.

—Daya. —El susurro me llama la atención y veo a Javier apretando el puño hacia mí—. Vos podéis.

Ay. Si no hubieran varios grupos de por medio me le lanzaría encima para abrazarlo.

Serpenteo entre los pupitres desordenados con paso lento y como si tuviera las articulaciones oxidadas. En mi mente intento repasar la información, pero a lo que el profesor empieza a proyectar las diapositivas que le dimos al principio de la clase, y toda la atención se centra en mí, se me olvida absolutamente todo.

—Este... —Mi labio tiembla. La respiración se me corta. Mi visión se vuelve un túnel buscando a los de mi grupo para que alguien me ayude.

Erika se hunde en su asiento. Anderson sigue con la nariz en sus apuntes de Geometría. Andrea tiene una mano contra la boca, como aguantándose una carcajada. Mis ojos se sienten tan calientes como mis cachetes. Ay no, creo que estoy llorando.

Paso mis manos rápido por mi cara e intento otra vez.

—Este... Nosotros comparamos a la Polar y la Regional.

El orgullo de haber dicho unas palabras con propiedad se me esfuma porque no me acuerdo de qué va después.

El pajúo reporte fue enfocado en los dos negocios y no tanto en lo que vimos en las visitas. Si pudiera describir las máquinas esto no sería tan difícil.

¿Cuánto tiempo ha pasado? Mierda, en realidad eso no importa si no logro soltar el resto de la presentación. Abro mi boca otra vez pero mi cerebro no produce nada qué decir. Mi pecho se estruja. Me tropiezo con la pizarra detrás de mí.

En eso veo que alguien se mueve. ¿Tomás? Se está levantando de su pupitre, empujándose los lentes mientras me observa con cara de lástima. Mis pulmones se ensanchan de alivio. Seguro me viene a ayudar, ¿verdad? No creo que se esté levantando para venirse a burlar de mí o para largarse del salón. ¿O sí?

Pero en eso Andrea se para de golpe y Tomás se congela. Los principios de alivio que sentía se transforman en terror.

—Permiso, profesor. —Andrea levanta la mano como si la atención de todo el salón no estuviera sobre ella—. Creo que Sikiú —digo, Dayana— no se siente muy bien. ¿La puedo ayudar?

—Está bien. —El profesor suspira—. Pero apúrese porque a este ritmo no vamos a terminar hoy.

Bajo la cabeza.

El ardor de mi cara parece indicar que la combustión humana es real.

Regreso a mi pupitre mucho más rápido que como cuando fui al frente. Mantengo la cabeza gacha mientras Andrea habla con una fluidez que revela que pensaba presentar desde el principio. Pero si era así, ¿por qué fue la primera en decir que yo debía presentar?

Obvio que para humillarme pero, ¿por qué? Después de todo su enemiga es Erika. Pero, ¿será que al yo ser amiga de Erika, automáticamente eso me hace enemiga de Andrea también?

Andrea termina su presentación como de periodista en televisión con aplausos de la clase. No sé por qué eso me hace sentir peor todavía.

Cuando termina la clase, sé que hay media hora antes del parcial de Cálculo I, así que salgo corriendo del salón. Alguien llama mi nombre y no le hago caso. Corro hacia el Pasillo General hasta esconderme detrás de las escaleras que llevan a la Biblioteca General. Me siento en el piso, atrayendo mis rodillas hacia mi pecho y reposando la frente en mis rodillas.

—¿Daya?

Mi cuerpo se contrae aún más. Qué lástima que un agujero negro no puede aparecer de pronto en el piso y tragarme a una dimensión donde no sea una fracasada.

—¿Estás bien? —Ahora sí reconozco que la voz de quién se sienta junto a mí es Javier.

Peor todavía. ¿Por qué tuvo que verme hacer el ridículo?

—Esa Andrea es tremenda coña 'e madre. Ya no me gusta —comenta otra voz. Me asomo un poco sobre mis rodillas y entre mi cabello suelto atisbo a Yael agachado frente a mí. La piel de su frente está arrugada de arrechera—. No soy el único que sintió como que todo eso fue a propósito, ¿verdad?

—No. —Javier también suena molesto—. A esa caraja como que le gusta hacer sentir mal a otros.

—No a otros —balbuceo débilmente—, a Erika y a mí. Nunca la he visto tratar así a los chamos.

—Les tiene envidia porque son más bonitas y buena gente que ella —dice Javier, y mi corazón de un respingo. ¿Cree que soy bonita?

No, seguro lo dijo para no hacerme sentir peor de lo que ya me siento.

—De Erika lo entiendo. Pero no sé cuál es su peo conmigo. —Levanto la cara para respirar mejor y me aparto el pelo de la cara—. Hablando de Erika, ¿dónde está?

—Ya viene —contesta Javier—, dijo que te iba a comprar una botella de agua. Creo que se siente mal con lo que pasó.

—No fue su culpa —murmuro. Aunque para ser franca, en parte sí lo es. Sé que ella tampoco quería presentar, pero al menos no hubiera votado por hacerme la presentadora también.

En eso Javier pone su brazo sobre mis hombros y me atrae hacia su costado. Agacho la cabeza para que Yael no vea cómo me afecta el gesto.

—Bueh, vele el lado positivo —explica Javier y su pecho vibra con las palabras—, ya no vais a tener que trabajar más con esa cuaima.

—Es verdad. Soy libre. —Respingo con algo de entusiasmo ante el prospecto. Le lanzo una sonrisa a los muchachos y ellos me la devuelven—. Gracias a los dos por devolverme a la vida.

—De nalgas. —Yael se ríe de su propio chiste.

—¡Dayana! —La voz de Erika llamando mi nombre por todo el pasillo nos llama la atención. Yael se levanta para salir de debajo de las escaleras y de regreso trae a Erika—. Ay, Daya. Eso estuvo feo. Tómate esta agüita.

—Gracias. —Aunque acepto la botella con gusto, todavía estoy cascarrabias con ella.

—¿Ya estáis más tranquila? —pregunta Erika mordiéndose el labio.

—Sí.

—Menos mal. Pensé que te iba a dar una vaina.

La miro con extrañeza.

—A ver, creo que tenemos que continuar esto más tarde porque ya pronto empieza el examen —comenta Yael y apunta a su reloj Casio alrededor de su muñeca izquierda.

—¿Lista? —Javier me aprieta levemente con su brazo antes de levantarlo. Pero no lamento mucho la pérdida porque me ofrece una mano para ayudar a ponerme de pie. Y obvio que me agarro bien duro.

Mientras caminamos hacia el salón, caigo en la cuenta de que no solo estoy absolutamente arrecha ante la humillación de parte de Andrea. Sino que, aparte de una botellita de agua medio caliente, Erika no hizo nada para ayudarme en el momento en que más lo necesitaba.

De hecho... se portó exactamente igual que Anderson. Con total indiferencia ante mi situación. Hasta el mismo Yael, a quien casi no conozco, se portó mejor.

 Hasta el mismo Yael, a quien casi no conozco, se portó mejor

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Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now