El codazo que le doy en el brazo lo hace encogerse pero el muy condenado se carcajea a sabiendas de la maldad que hizo.

—Te he dicho como un millón de veces que Dayana —espeto con la quijada apretada.

—¿Sikiú? ¿Qué clase de nombre es ese? —pregunta Andrea por lo bajito, con demasiado buen humor de pronto.

Me paso la mano por la cara, deteniéndome para frotar el puente de mi nariz.

—Hola —sale la voz respingada de la otra chama—. Yo soy Erika Martínez y la odiosa ésta es Andrea Vélez. Mucho gusto.

A partir de ahí la odiosa en cuestión no dice ni pío, y hasta se me olvida que está sentada detrás de mí, seguro juzgando cada cosa que mi hermano y yo decimos.

Por otro lado, Erika le monta tremenda tertulia a Salomón y yo termino apagando el radio porque es demasiado ruido. Voy nerviosa todo el camino de que el pendejo de mi hermano suelte algo más de información que me haga pasar pena, pero lo veo sobarse el brazo donde seguro le dejé un morado y creo que fue suficiente para que escarmentara.

La hora y algo que nos tardamos en atravesar la ciudad hacia la zona industrial pasa rápido. La velocidad con que se bajan Erika y Andrea del carro me da risa pero también ganas de que me trague la tierra.

—Mijo, a ver si le instaláis aire acondicionado al vejestorio éste.

Salomón pone los ojos en blanco.

—Y a ver si vos aprendéis a dar las gracias mejor. —Cierra el carro con la llave y le da la vuelta hasta plantarse al lado mío—. Que no se te olvide que yo fui el que les consiguió las visitas éstas.

Bértale, es verdad. Uno de sus amigos de la universidad trabaja en el departamento de comunicaciones para la empresa que estamos visitando. Yo no sabía que los graduados de periodismo podían trabajar en algo así. Y con la otra empresa, Salomón conoce a un director al cual entrevistó hace unos meses y lo llamó para pedirle el favor. Por si eso no fuera suficiente, nos trajo hasta aquí.

Suspiro profundo.

—Gracias, Salomón.

—¿Que, qué? —Se copa una oreja con la mano—. No oí bien. ¿Qué dijiste?

—Que le deis gracias al cielo que ya te casaste porque sino te hubierais quedado soltero, con lo insoportable que sois.

—Gracias, Salomón —canturrea con una vocecita que siempre usa para imitarme—. Eres el mejor hermano mayor de la historia, Salomón. Te debo un regalo enorme por toda tu ayuda, Salomón.

Erika se ríe y hasta la odiosa no puede evitar una sonrisita.

—Lo que te debo es un buen coscorrón.

Salomón me arrea hacia la entrada de la empresa como si fuera ganado. Me deja junto a las otras dos para hablar con el guachiman de la entrada.

—Tu hermano es muy chévere. —Erika se sonroja de pronto y dudo que sea por el sol—. Qué lástima que ya está casado.

—Ay, por favor. —Andrea bufa y se cruza de brazos—. ¿Qué acaso lo único que te importa son los chamos?

—¿Y vos qué? No sois muy diferente —le suelta Erika con más arrechera de lo que yo me esperaba. Andrea vuelca el peso completo de su mirada asesina sobre Erika.

—A mí nada más me importa uno solo.

—Pa' dentro, mi gente —anuncia Salomón de pronto, y ese es el momento en el que siento verdadero agradecimiento hacia él.

Erika y Andrea le pasan de largo con tanta furia que le echan fresquito. Mi hermano me pone cara de «¿y a éstas qué les pica?».

—A las dos les gusta el mismo chamo del salón. —Sacudo mi cabeza y camino junto a Salomón.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now