—Samuel, ¿has visto mi celular?

Sentado en la esquina opuesta del sofá, él se voltea y me muestra el dispositivo en sus manos. En vez de ser su iPad es mi celular, y está fajado jugando un juego mientras habla.

Suspiro. Me asiento de nuevo entre los mullidos cojines del sofá. No vale la pena matar el antojo de patacones si puede causar un berrinche.

—Y entonces Spider-Man se lanza del edificio y...

¿No y que estaba hablando de beisbol? ¿O será que ya me perdí varios cambios de tema por andar pensando en comida?

El bebé patea otra vez y el dolor me hace encogerme.

—Solo una semana —me recuerdo en voz baja. Mi esposo vuelve en una semana. Lo primero que le voy a pedir es que me compre patacones. Y unas empanadas. No, mejor mandocas.

Cierro los ojos para intentar descansar. No pasan ni dos minutos cuando suena el timbre.

—No jo... —interrumpo a tiempo antes de que Samuel caiga en la cuenta de lo que iba a decir. Pero en eso suena el timbre otra vez. Y otra. Unas voces se agolpan entre sí del otro lado de la puerta.

—¡Síííííííí! —Samuel sale corriendo a la puerta y normalmente no lo dejaría, pero ese alboroto lo conozco y mi hijo también. En efecto, a lo que abre la puerta sus primos se le lanzan encima—. ¡Vamos a jugar!

—Hola, primo. —Martina se ríe y le alborota el pelo a Samuel con la mano.

—Vamos al patio —es el gran saludo de Matías. La sequedad de su voz no oculta el brillo en sus ojos.

Ahí es cuando me doy cuenta de la razón. Bárbara y Diego entran juntos después de los niños. Me froto los ojos para cerciorarme de que no ven espejismos.

—Ya va, ¿ese es el Diego de verdad o te robaste otro póster del estadio?

Diego levanta una ceja y su esposa se sonroja.

—Nada más lo hice una vez, ¿okay? Y sí, este es el Diego de verdad.

—Hola, cuñada. —Diego solo nos llama así a Valentina y a mí, a pesar de que no somos hermanas biológicas de Bárbara. Con eso compruebo su identidad, aunque sigo extrañada.

—¿Y vos no y que estáis en plena temporada? —pregunto.

—Pa' eso vengo, pa' echarte el cuento. —Mi prima se sienta en el sofá pero en eso se levanta otra vez y saca mi celular, sobre el que se había sentado.

—Dame acá, que quiero patacones. —Tomo el dispositivo de sus manos con renovada alegría—. Échame el cuento mientras ordeno Uber Eats.

—¿Y si lo cuento yo? —Martina se atraviesa entre su mamá y yo. Su sonrisa pudiera hacerle competencia al sol.

—¡Tío Diego! —El alarido de mi hijo resuena en toda la casa desde el patio—. ¡Ven a jugar con nosotros!

—¡Voy! —contesta él antes de darle un beso en la cabeza a Bárbara y luego uno a su hija—. No me hagan ver como el villano otra vez, ¿okay? —Se da la vuelta y sale al patio donde lo esperan sus más dedicados aprendices.

Yo hago mi sueño realidad de ordenar unos platos bien grasientos y el prospecto hace que el bebé deje de coñasearme. Por primera vez desde que mi esposo me dijo que lo necesitaban en la fábrica de la compañía de nuevo, soy feliz.

—Aja, ¿entonces? —Termino de poner la orden y vuelco mi atención sobre mi sobri y su mamá. Las dos rebozan de alegría.

—Pues —Martina se agarra las dos manos y continúa—: voy a tener otro hermanito y entonces papi se va a quedar con nosotros permanentemente.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now