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Kevin
De todos los lugares donde quisiera estar, este no era uno de ellos.
Podía estar en casa jugando al FIFA o en un restaurante cenando con mis amigos. Cualquier lugar menos en Bellas Artes. Cualquier lugar menos en un espectáculo de folclore. Reconozco que esto forma parte de nuestra cultura y que bastantes personas alrededor del mundo terminan enamorándose de México precisamente por estos bailes. No tengo en que basar su criterio porque ni yo mismo conozco del todo que se hace en este tipo de eventos. Puedo justificarme diciendo que mi atención estuvo al 100% en el futbol, no había espacio para algo más, incluso ahora. Resoplo fastidiado y trato de acomodarme mejor en el asiento, pero resulta inútil. Reviso mi celular para distraerme y contesto uno que otro mensaje que tenía pendiente. El tiempo aquí se me comienza hacer eterno y tener hambre no ayudaba en lo absoluto.
Un hombre trajeado aparece en escena y acapara la atención de todos los presentes, nos da la bienvenida al evento. Entre aplausos, aquel hombre da una breve reseña de lo que es el Ballet Folklórico de México de Amalia Hernández y de la gira que estan por hacer. Una gira que empieza con varias fechas en Bellas Artes, su casa. Cierro los ojos por un breve momento con la esperanza de que cuando los abra el evento comience. Y eso pasa.
Las luces de la sala se apagan y el escenario apenas está iluminado. Una música ajena a mí comienza a sonar, todo permanece en absoluto silencio, y las personas se mantienen atentas; incluso yo. La curiosidad mató al gato, eso dicen. O tal vez mostrarme interesado me haría sentirme emocionado. Pasado quizás un minuto, sale humo de los costados del escenario y las sombras de varias personas se empiezan a vislumbrar. Todos los bailarines se acomodan en el espacio vacio, se quedan quietos y serios, en cuanto el ritmo de la música cambia un poco, ellos comienzan a bailar de manera sútil, hacen una especie de alabanza y terminan hincados. Después se paran, hacen una marcha en su lugar y estiran las manos repetidamente. Por el vestuario, la manera de bailar y la música solo puedo intuir que se trata de un baile prehispánico. Me gustaría saber qué es lo que estaré viendo por el resto de la noche, pero ni siquiera me tomé la molestia de agarrar un programa antes de entrar.
Este baile parece eterno y empiezo a maldecir a mis amigos, en especial a Santiago, quién insistió en que lo acompañáramos. No dijo el motivo pero se veía muy decidido a traernos. Diego aceptó con el argumento de que no tenía algo mejor que hacer, y entre los dos me agarraron de bajada. Envuelto en mis pensamientos, no me percato del momento en que las luces nuevamente se apagan, los bailarines ya no estan y una vez más de las sombras salen personas; esta vez son puros hombres vestidos de blanco, unos tocan algún instrumento y otros cantan. Hacen un recorrido por todo el espacio y terminan por subirse a un escalón al fondo para que tengan visibilidad y no obstruyan a los bailarines en su acto. Posteriormente el escenario se llena con la presencia de varias mujeres que portan una falda amarilla larga, que usan a juego una blusa blanca. Hacen todas al unísono un baile y acaban por sentarse hasta enfrente. La música se detiene y una de ellas se para. Las luces la enfocan, da tres golpes al piso y un hombre se acerca a ella, la toma por la cintura y comienzan a bailar. Mis ojos la siguen en cada movimiento que hace, el corazón comienza a palpitarme con fuerza, me enderezo en el asiento buscando tener una mejor vista pero siento que no me basta.
