Pasa la eternidad conmigo

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—Esto debería ayudarlo —le dijo a Nalbrek tendiéndole el paño humedecido.

—Gracias —contestó este cogiéndolo para ponerlo en la frente de su padre, que estaba inconsciente.

Aquella macabra ceremonia se repitió después de la primera mujer una y otra vez y no sabía que fue peor, si la confianza de Fargla en que la siguiente vez saldría bien cada vez que una de ellas moría o las sonrisas de aquellas mujeres, que poco a poco, se volvieron más tensa, artificiales, como si una parte de ellas empezase a darse cuenta de que su destino era morir de una manera horrible, pero, a la vez, no fuesen capaces de rebelarse.

Y cuando la última de aquellas mujeres falleció junto con su bebe, Fargla suspiró decepcionado antes de meter la mano en la lava comenzando a inclinarse hasta que cayó desapareciendo sin hacer un solo ruido mientras los seis elegidos caían al suelo inconscientes, así que Nalbrek sacó a su padre de aquel lugar con rapidez y él lo siguió fuera consiguiendo algunas hierbas ya que los curanderos estaban demasiado ocupados con los heridos que llegaban del campo de batalla como para prestar atención a un desmayo. Aunque ese desmayo hubiese sido provocado porque un trozo de su propio hueso salió a través de su piel destrozándola.

Se levantó comenzando a repartir más trozos de tela entre los demás grupos hasta que llegó a Aksel, que se ocupaba de Asdis, la elegida de su región.

—Toma —le dijo tendiéndole la tela antes de marcharse. No quería ayudarlos, pero tampoco podía ayudar a todos menos a ellos—. No te preocupes por tu padre. Al menos no de una manera tan evidente —le pidió a Nal por su conexión al ver cómo lo miraba. Por más que fuese comprensible que ellos se hiciesen cargo de Giam por ser de la misma región, aquello era excesivo y podía provocar atención no deseada.

—Tienes razón —aceptó apoyándose contra la pared, así que se sentó al lado.

—¿Qué haremos ahora? —le preguntó mirando el cielo.

—No lo sé —contestó Nalbrek—. Esa loca ceremonia no ha funcionado y aunque el nuevo Fargla haya salido para decirnos que, en cuanto despierten los elegidos, tiene una cosa importante que decirnos, no se me ocurre de qué puede tratarse. Solo sé que no nos gustará.

—Estoy de acuerdo. Tan solo espero que no sean más mujeres embarazadas. No quiero ver lo mismo de nuevo.

—Yo tampoco. Aquellas mujeres no dejaban de sonreír mientras eran levantadas, pero sus ojos eran de pánico.

—¿Has visto algo?

—Solo que esas mujeres no tenían conexiones, tan solo algo negro que salía del suelo y las atravesaba. Como a Fargla.

—¿Las atravesaba? —repitió mirándolo y Nalbrek asintió.

—Los lazos unen a las personas, pero esa cosa las atravesaba y se movía como si latiese y cada vez que lo hacía, sus sonrisas se tensaban. Yo creo que lo sentían. Y Fargla era peor. A él le lo atraviesa hasta salirle por la boca. Estoy seguro de que hasta el respirar le debe doler. También estoy seguro de que eso le gusta —añadió.

—Esos Fargla ya me daban miedo, pero ahora... —negó con la cabeza—. Te diría que quiero marcharme, pero no tenemos sitio al que ir ni podemos dejar a Giam aquí solo. Ni siquiera tengo hambre —se lamentó.

—Yo tampoco. Aquí hay algo que te quita la vitalidad. No es un lugar donde vivir. Sería mejor salir de aquí, moriremos igual, pero nos desharemos de esta sensación.

—Cuando todo acabe, nos iremos sin mirar atrás. Bajaremos y esperaremos a los humanos.

—Pensaba que querías morir en nuestro pueblo.

Cambiantes Libro III TrascendenciaWhere stories live. Discover now