Cuando su abuela encontró mis bragas

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Tal como lo estáis leyendo. Dejad que os ponga en situación para que vayáis haciendo cuerpo. Verano, fiestas del pueblo en pleno apogeo, volvía a casa desde la ciudad donde estaba estudiando la carrera. Tenía muchas ganas de salir con mis amigas de toda la vida después de estar casi todo el curso separadas porque cada una estudiaba en una ciudad distinta. Quedamos para almorzar, lo que derivó en una sobremesa cargada de cotilleos, actualizaciones de los acontecimientos de la vida de cada una y mucho alcohol entre plato y plato. Aquello duró toda la tarde, el del restaurante estaba encantado con nosotras pues la cuenta no paraba de aumentar. 

Al llegar la noche fuimos a la verbena del pueblo. Como os podéis imaginar a esas alturas íbamos lo que mi madre suele decir “contentas”, un poco en barca sí que íbamos, pero todo controlado porque nos cuidamos las unas a las otras. Nos dio igual que todo el pueblo estuviera delante, nosotras nos reíamos como gaviotas enloquecidas mientras meneábamos nuestros cuerpos al ritmo de la música como posesas. Nos sentíamos sexys con nuestros movimientos de cadera, aunque los vídeos que grabamos demuestran que en realidad con el alcohol nuestros vaivenes estaban tan forzados como el avanzar del tacataca de algunas personas de la tercera edad. Aun así, nuestros aparatosos meneos llamaron la atención de un grupo de chicos, que atraídos por semejante danza de apareamiento no dudaron en acercarse. 

Tras unas risas y bailoteos en grupos ya se veía quien iba a seguir de fiesta lejos de la caseta municipal. Tuve la suerte de conectar con uno de ellos, L. Me propuso ir a su casa y acepté, el chico era muy guapo y me apetecía un revolcón. Por el camino comenzamos a meternos mano, fue entonces cuando me arrepentí de haberme puesto aquella braga-faja negra para que mi mini vestido pegado como una segunda piel no tuviera pliegues. La braga-faja en cuestión se me había pegado a la piel como el papel de una madalena por el calor y solo pensaba en la vergüenza que pasaría al quitármela. Pero por el cuerpo de L. merecía la pena, estaba de muy buen ver. 

Su casa era una unifamiliar de dos plantas que tenía una cancela que daba paso a un patio al atravesarlo estaba la entrada principal. Nada más entrar la temperatura subió hasta límites insospechados. Comenzó a desnudarse con mucha rapidez en el rellano mientras nos besábamos de forma caótica. No recuerdo muy bien cómo, pero de un momento a otro me apoyó sobre la escalera que estaba en el rellano mientras me apresaba con su suculento y sudoroso cuerpo contra los escalones. ¡Qué dolor de espalda al día siguiente! Pero volvamos al asunto, L. me remango el mini vestido encontrándose de lleno con mis bragas fusionadas con mi piel por la soporífera ola de calor. L. me las quitó sin más inconveniente y las tiró por ahí. Al fin pude relajarme, bueno durante unos segundos, porque L. bajó al pilón dándome unas húmedas caricias entre las piernas que me dejaron loca de placer. Estaba gozándolo, retorciéndome contra los escalones entre gemidos, cuando escuchamos un ruido. La cancela, alguien había llegado a casa.

—¡Arriba! —me dijo L. a lo que subí lo más rápido que pude las escaleras con el vestido por la cintura y el culete y chichi al aire.

Mientras tanto él había recogido su ropa a toda velocidad llevándola al baño de la planta baja. Me oculté en la segunda planta y puse el oído cuando la puerta principal se abrió.

—L. creía que habías salido con tus amigos. —era la voz sorprendida de una señora mayor, porque L. vivía con sus padres y su abuela.

—Voy ahora, primero me voy a dar una ducha. —improvisó. Luego L. me contó que le había dado tiempo a colocarse una toalla antes de que su abuela lo pillara en cueros. Siguiendo su papel se dirigió al baño de la planta inferior.

—L. que se te ha caído esto, que chico más despistado. —escuché una exclamación—¡Qué calzoncillos más raros usáis los jóvenes! ¡A tu abuelo no le gustaba ir tan ajustado! —risita ahogada de la señora. Tenía mis bragas en la mano y se las dio a L. —Me voy a dormir, cielo.

Yo que me lo había imaginado todo desde la planta de arriba me aguantaba la risa, tapándome la boca con las manos muy apretadas. Cuando L. subió me encontró acuclillada cual cagón de portal de Belén riéndome con lágrimas en los ojos. Todo muy erótico, lo sé, así soy yo. Él me devolvió las bragas y se unió a las risas. Después fingió una ducha rápida, salimos con sigilo y cogimos el coche para buscar un sitio donde no nos interrumpieran. El sexo estuvo genial y muy divertido cada vez que nos acordábamos de lo ocurrido y estallábamos en una carcajada. Todavía me sigo partiendo cuando veo mis bragas en el cajón.

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