—Gracias.

—No hay problema —me observó durante algunos segundos y luego continuó—. Entonces, esta nueva Parker solo siente negatividad por la del pasado.

—Así es.

—¿Recuerdas lo que dijiste el primer día que estuviste aquí? —negué con la cabeza—. Dijiste que sentías que habían muchas cosas que tenías que hacer, pero para las que no tenías el valor.

—Ah, sí. Lo recuerdo.

—Y también dijiste que una de ellas era disculparte.

—¿Recuerdas cada cosa que digo?

—¿Por qué necesitas pedir disculpas, Parker?

Debería haber sabido que mi intento de evasión no funcionaría con Tate.

—No puedo.

—¿No puedes qué?

—No puedo pedir disculpas.

—¿Por qué no?

—No las aceptarán —me tapé la cara con la manos, llena de frustración e impaciencia.

—¿Cómo puedes saberlo?

—Tú no lo entiendes.

—Explícamelo entonces.

—No es tan fácil, ¿sabes? —bajé la cabeza y masajeé mis muslos con lentitud.

No estaba siendo mezquina, realmente empezaba a sentir como mi cuerpo se volvía más débil a medida que los minutos pasaban. Dolor de cabeza, escalofríos, y la incesante sensación de que iba a morir en cualquier momento.

Cuando por fin tuve el valor de levantar la vista, encontré a Tate de pie frente a mí pareciendo levemente perturbado. Tomándome por sorpresa, puso su mano, la cual se sintió extrañamente fría, sobre mi frente.

—Tienes mucha fiebre —dijo levantándose—. Es suficiente por hoy, ¿sí? Te acompañaré a la enfermería.

—No es necesario.

—No te molestes en protestar, te acompañaré de todos modos.

No tenía fuerzas suficientes como para rechazar su oferta, así que me puse en pie, pese a que sentía las piernas tan blandas como la gelatina. Seguramente debía de tener un aspecto terrible, pero no me importaba demasiado. Lo único que quería era que el dolor intenso de cabeza desapareciera. Eso, además del ardor infernal de garganta.

Tate me acompañó a través de todo el pasillo sin decir ni una sola palabra mientras que yo sentía cómo las paredes daban vueltas. Mi cuerpo avanzaba a duras penas por el suelo de cerámica. En un momento dado, tomé a Tate por el brazo como un acto impulsivo.

—Lo siento —dije, retirando la mano rápidamente al darme cuenta de lo que había hecho—. Estoy un poco mareada.

—Está bien —me tranquilizó.

Llegamos a la enfermería, donde nos recibió una mujer de unos treinta años. Inmediatamente me examinó de pies a cabeza con una expresión clara de preocupación en su rostro.

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⏰ Last updated: May 07 ⏰

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