Capítulo 2.

20.8K 1.6K 63
                                    

Las tres últimas semanas habían sido agotadoras y extenuantes para todo el mundo en Devonshire Manor. Tras la muerte, el funeral y el entierro del anterior duque, la casa estaba completamente silenciosa y oscura las veinticuatro horas del día. No dejaba de llegar gente que ofrecía sus vacías condolencias por la muerte del padre de Annabela, buscando, no solo crear vínculos con la protegida del nuevo duque, que todavía no había aparecido, sino que también llegaban buscando un compromiso rápido con ella para forzar una boda y acceder al dinero del ducado.

La vida de Anna se había visto reducida a apartar a esos molestos moscardones que su querido padre tanto habría odiado. Pero lo que más le molestaba era que ella estaba haciendo el trabajo que tendría que estar haciendo su protector: quitarle a los caza fortunas de encima y buscarle un buen partido. Por desgracia, los pretendientes que su padre había encontrado para ella desaparecieron como el humo en cuanto se enteraron de la muerte del padre de la muchacha. Si, las cosas eran nefastas en Londres, pero la temporada ya había acabado y al día siguiente marcharía con su doncella a Chatsworth, la propiedad que su familia poseía en los páramos ingleses desde hacía doce generaciones, donde se reunirían con el nuevo duque. El ducado, por lo que sabía Anna, había sido heredado por el hijo del mejor amigo de su padre y, aunque ella no tenía constancia de que tal amigo existiera, era un soplo de aire fresco en plena sequía. El duque de Sutherland había decidido hacerse cargo del ducado Devonshire, pero quien lo culparía, que caiga un regalo como ese del cielo no se ve todos los días. El nuevo duque llegaría acompañado por su madre y su hermano pequeño, al que le faltaba todavía un año para poder ir al colegio. Para Anna, pasar de ser si padre y ella contra el mundo, a encontrarse conviviendo con una familia de tres miembros era cuanto menos aterrador. Siempre había pensado que cuando su padre muriera, ella ya estaría casada y con un marido que cuidara de ella y de sus hijos, si los tenía. No había contado con el ataque al corazón que había diagnosticado el doctor Hartwell.

••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Chatsworth tenía el mismo aspecto que ella recordaba del verano anterior. Solo que traspasar sus puertas sin estar cogida del brazo de su padre le resultó más doloroso de lo que pudo haber imaginado. Los muros y columnas blancos estaban cubiertos de altas enredaderas pobladas de flores de todos los colores. Recordaba con claridad un día en especial: el cumpleaños de su madre se avecinaba y ella trepó a todo lo alto de la enredadera, bajo la atenta mirada de su padre, para conseguir el mejor regalo. Un jazmín que su madre siempre admiraba daba las mejores flores y también las de mejor aroma. Anna todavía recordaba la sonrisa de su madre aquel día. Se obligó a apartar la mirada del jazmín, ahora reseco y sin flores que su madre tanto había adorado.

Glenda llegó a su lado con su bolsa de viaje y la dejó en la escalinata. Algo llamó su atención y era que en la entrada, que solía estar perfectamente pulcra y arreglada había una mancha oscura, a medio metro del suelo circular y peculiarmente parecida a algo que rondaba en los límites de su memoria.

-Esa mancha no estaba cuando vine la semana pasada, señorita. Me aseguraré de que la limpien en cuanto usted éste instalada- se apresuró a decir la doncella, viendo la clara censura en los ojos de su señora-.

-Gracias, Glenda. Llama a la puerta, me quiero dar un baño cuanto antes, el viaje ha sido agotador.

El viejo señor Gayham abrió la puerta antes de que Glenda pisara el primer escalón del pórtico.

-Buenas tardes, Lady Annabela. Me alegra ver que han llegado, el señor solicita verla- comentó estoico.

-Señor... ¿Señor?- pregunto, totalmente fuera de su elemento.

Lord and Lady DevonshireWhere stories live. Discover now