Capítulo 4

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En la lista de cosas que nadie quiere que le sucedan, de número diez está: ser encontrado por un padre mientras tienes relaciones sexuales, o encontrar a tus padres haciéndolo.

Agradecí a la Madonna que la madre de Derek haya llegado en ese momento y no minutos después. Ya de por sí la relación que teníamos era extraña, no necesitábamos eso también.

—Joder... —Derek me acomodó la camiseta y yo hice lo mismo con la de él. Se levantó del sofá y me tendió las manos para que lo hiciera también—. Mamá, habíamos quedado en que me avisarías antes de venir.

—Estaba cerca. Después de la terapia que has llevado, pensé que estarías descansando. —Vio el piso un momento, donde la punta de su zapato rozaba mi chaqueta—. Veo que me equivoqué.

Ya era hora de encontrar un volcán cerca de Toronto porque la tierra tenía que escupirme ahí, y rápido. Maldije mis mejillas aún rojas, y creo que Derek maldijo la vida entera porque suspiró con fuerza.

—Mamá...

—Bueno, bueno. Disculpen mi interrupción. Solo quería verte, supe que habías terminado fisioterapia —explicó más tranquila, pero seguía de pie en el vestíbulo, con esos preciosos tacones que parecían doler.

—Permítame. —Rodeé a Derek, que veía a su madre con las manos en las caderas, y troté hacia ella para ayudarla con la tarta que llevaba.

—Gracias, Ava —me sonrió—. Siempre es un gusto verte.

—Igualmente —supuse.

—¿Tú no me das la bienvenida, hijo?

Tras ver el techo y suspirar, Derek se acercó a ella y le dio dos besos en las mejillas. Tomó su abrigo y bolso, y los dejó sobre la isla de cocina. Yo abrí la refrigeradora, pero estaba llena de cajas idénticas a la que tenía en manos. Derek no había siquiera tocado alguna de las tartas que su mamá le había llevado ese tiempo.

Al no tener espacio, cerré la heladera y la coloqué en la encimera. Me acerqué a ellos en el salón con una sonrisa incómoda, pero no era la peor del trío. Derek no se veía nada feliz, a pesar de ya haberse acostumbrado a las nuevas y constantes visitas de su madre, y ella le hacía preguntas sobre su bienestar y vida actual, como siempre.

—Puedo dejarlos... —empecé, pero Derek me dedicó una mirada que combinaba "ni se te ocurra irte y dejarme solo con ella" con "te ruego que estés conmigo ahora, Sally". Así que me senté a su costado. Al frente, su madre se había acomodado en un sofá individual.

—¿Estás tomando tus medicamentos, hijo?

Él asintió, desganado.

—Ava, ¿sabes? —Victoria se dirigió a mí—. Cuando Derek era niño, no podía ni ver una pastilla. Se ponía verde del miedo, tenía que escondérsela en la comida o licuarla en un batido.

—Mamá, no... no hagas eso. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Quería verte.

—Me viste hace unos días. Y antes de eso también —dio a notar, ladeando la cabeza—. Te he visto más estos meses que los últimos tres años, joder.

—Cuida ese vocabulario, hijo, por favor.

Derek inspiró con fuerza y se frotó el rostro con una mano. Era evidente que no se sentía cómodo con su presencia, y ella no se sentía tan bienvenida. Lo noté cuando se estiró el vestido —aunque no tenía ni una sola arruga—, y humedeció sus labios pintados de un labial café.

—Solo quiero verte y asegurarme de que estás bien, Derek.

—Lo estoy, mamá, no tienes que preocuparte —le dijo, más amigable—. No es necesario que vengas dos o tres veces por semana. Leo ya no sabe qué hacer con las tartas que traes.

AZAR © [3º parte de ALBA]On viuen les histories. Descobreix ara