Capítulo 1

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Tic. Tac.

Eran las 03:57.

El tamborileo de mis uñas en el escritorio era más rápido que el segundero del reloj que adornaba la pared del salón. El tiempo nunca había pasado tan lento. El profesor seguía hablando pero desde hacía veintisiete minutos que solo me concentraba en la hora. Llegaría tarde.

Tic. Tic. Tic.

Tac.

Cuando escuché: «eso es todo por hoy», tomé mis cosas y fui la primera en salir por la puerta. Choqué hombros con varios de mis compañeros, pero me limité a gritar varias disculpas mientras me colgaba la mochila del hombro para salir de la Escuela de Artes de Toronto, donde actualmente estudiaba fotografía.

Llevaba tres meses en la carrera después de que el pequeño curso que llevé me convenciera de hacerlo oficial. Lo cierto era que sin querer, y sin buscarlo, pasé de ser alguien que se sentía perdida en un mar de oportunidades a encontrar finalmente lo mío. Así de repentino fue. Ahora, incluso, era difícil verme sin una cámara cerca.

Llegué al estacionamiento en trotes y puse mi auto en marcha, o al menos eso intenté al encajar la llave. El problema fue que el auto rugió, y se apagó a los instantes.

—No, no de nuevo, por favor. —Le di algunas palmaditas al volante, ansiosa—. Tú puedes, pequeña. Vamos.

Volví a girar la llave y el auto se encendió.

—¡Bien, joder! ¡Somos un equipo, Sally!

Retrocedí para salir del aparcamiento, la llanta trasera se subió a la acera —detalle sin importancia— y entré a la autopista para volverme una de las miles de personas que cruzaban Toronto. El verano empezaba a hacer acto de presencia, así que a medida que doblaba en las calles, veía por los espejos una ciudad que cada día se volvía más perfecta. Aunque, si lo pensaba bien, se veía igual que siempre, solo que aquel día lo veía todo más bonito. Estaba feliz.

Me bajé del coche apenas estacioné, con tanta emoción que ni siquiera pensé en fijarme en la hora, pero cuando lo vi de pie afuera del edificio me di cuenta que sí, había llegado, pero no a tiempo.

Derek bajó la mirada a su reloj de muñeca, se alzó los lentes de sol para después conectar sus ojos cafés conmigo y decir divertido:

—Llegas tarde, Sally.

Contuve una risa y lo maldije por dentro.

—Oh, cállate.

Corrí por la acera mientras él dejaba en el suelo su maletín, y me lancé a sus brazos sabiendo que me atraparía.

—¡Oficialmente terminaste la fisioterapia! —exclamé con la voz cargada de alivio, aferrándome a su cuello con los brazos, a su cintura con mis piernas, y dejando muchos besos en su mejilla—. ¡Al fin! Estoy tan feliz.

Sentí cómo me mantenía cerca de él antes de que una de sus manos se colara dentro de mi cabello para que lo viera a los ojos.

—Ven aquí, déjame besarte —sonrió antes de unir nuestros labios en un beso largo y dulce.

Escuchamos una tos forzada y, al separarnos, vimos al guardia de seguridad del centro terapéutico con rostro de pocos amigos. Apreté los labios y tuve la intención de dejar el agarre de koala que había hecho, pero Derek no soltó mis muslos. Solo nos hizo a un lado.

—¿Qué se siente ser un hombre libre? —pregunté con una sonrisa de oreja a oreja, acariciando su cabello con mis manos.

—Lo soy desde hace tiempo, ya lo sabes. El último mes de fisioterapia ha sido solo preventivo para estar seguros de que puedo volver a correr. Que tú te rehúses a aceptar que llevo semanas estando bien es otra cosa, Sally.

AZAR © [3º parte de ALBA]Where stories live. Discover now