Las reglas de la concordia

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—Te ayudaré con ellos, pero tú vienes con nosotros —le advirtió.

—Ellos —repitió mientras palidecía aún más—. Llévatelos, por favor. Es lo único que puedo hacer.

—Entendido —asintió cogiendo a los dos niños que empezaron a intentar soltarse, pero él no lo permitió. Aquella mujer había tomado una decisión y él solo podía cumplir con su último deseo.

—Ve con él y busca a tu padre y a los demás —le dijo la madre a la hija mayor.

—Pero... —comenzó la niña.

—Haz lo que dice tu madre —exigió severo y la niña, después de un momento, asintió secándose las lágrimas antes de colocar al bebé con firmeza en su espalda al bebe contra ella.—. Vámonos —le dijo echando a correr con los dos niños.

Aquella era una familia de ratas, así que sería mucho más fácil llevarlos si se transformasen en sus animales, pero sabía que, en su estado era inútil pedírselo y que lo único que podía hacer era correr cuando un tenue olor a sangre llenó el aire por un momento antes de ser borrado por el humo. Solo esperaba que los niños no lo hubiesen olido y es que, cuando estabas embazada todo el mundo sabía que no debía abandonar tu forma humana ya que, no importaba la forma del feto, la madre no correría peligro. Sin embargo, si estando en tu forma humana, cambiabas a tu forma animal y tu hijo seguía en su forma humana...

Una manera efectiva de morir.

Una manera dolorosa de morir.

Odiaba a los humanos.


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Avanzó más lento por el bosque con los niños llorando en sus brazos. Le dolían los músculos y el tener que avanzar en su forma humana los había retrasado, pero solo le quedaba seguir adelante ignorando sus nervios. A pesar de que el humo desapareció hacía mucho, seguía con la nariz atrofiada, indefenso, saltando ante cualquier ruido, algo que no era bueno ya que lo cansaba. Era el único adulto allí y tenia que mantener la calma.

De repente escuchó ruido. Agua. En condiciones normales la habría olido hacía tiempo, pero eso solo demostraba hasta qué punto su sentido del olfato había sido anulado por aquel humo. Los humanos...

Apartó aquello de su mente de igual manera que apartó de su mente a Nalbrek. Su prioridad en ese momento eran aquellos niños. No quería que sufriesen el mismo destino de Hilmar, o algo peor. Además, sabía que su compañero seguía vivo y eso era lo único que debía importarle en esos momentos. Aquel lobo volvería y, cuando lo hiciese, iba a contarle cómo, mientras él se dedicaba a pasear por el bosque, puso a una familia de ratas a salvo.

—Bebed agua —les dijo a los tres niños cuando llegaron a un pequeño arroyo donde se lavó la cara en un intento de limpiar su nariz y recuperar un poco de su olfato.

Cambiantes Libro III TrascendenciaWhere stories live. Discover now