7. ¿No tienes frío?

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Su cabeza da vueltas.

Simplemente se queda ahí. Esas asquerosas antenas se agitan. Comienza a arrastrarse hacia arriba en su antebrazo.

Está jodidamente paralizado.

Los ojos de Chuuya se abren de nuevo mientras su boca se queda abierta. Se está arrastrando sobre él. Lo siente en su pierna. Su clavícula. Su espalda, su cuello, su barbilla, su otro brazo, por todas partes.

Cree que podría desmayarse.

Su respiración se vuelve dificultosa. Ya ni siquiera puede llevar oxígeno a sus pulmones.

Respira. Respira. QUITÁTELO. Respira. Respira.

Chuuya siente que las lágrimas caen por sus ojos. Está congelado.

Mátalo. Muévete. Muévete, maricón.

Su cuerpo se sacude de nuevo en piloto automático, aplastando su antebrazo contra la pared. La cucaracha cae en la grieta entre la cama y la pared. No sabe si está muerta. Solo sabe que le duele el brazo.

—¡Maldita sea! —grita de nuevo, sollozando en voz alta mientras salta de la cama y corre a ponerse los zapatos en la punta de los dedos de sus pies, revisando el suelo antes de cada maldito paso para asegurarse de que no haga contacto con otra.

¿Dónde había estado esa cosa antes de su brazo? ¿Su cabello? ¿Su pierna? ¿Su rostro?

Chuuya solloza. Son mierdas como esta las que lo hacen sentir como si nunca más estuviera limpio.

Toma nerviosamente un Doc entre las puntas de sus dedos índice y pulgar mientras hace una mueca, gimoteando incontrolablemente mientras inspecciona cuidadosamente cada una de sus superficies. Lo lanza con fuerza contra la pared y lo sacude para asegurarse de que no hay ninguna cucaracha dentro. Se lo coloca en el pie y repite la operación con el otro zapato.

Revisa su maleta, dando pasos de tortuga en el poco espacio que hay y echando todas sus cosas en ella después de inspeccionar meticulosamente la superficie de todo, incluso cuando puede suponer que un objeto es demasiado pequeño para albergar siquiera una cucaracha. Solo deja fuera su pijama de repuesto, que coloca temblorosamente sobre la mesa después de comprobar que está libre de cucarachas y sacudir enérgicamente su ropa.

Apoya nerviosamente la maleta y vuelve a inspeccionar el suelo en busca de la gran cucaracha. No la ve.

Todavía está llorando. Su piel se eriza. Ya no puede hacer esto.

Chuuya entra corriendo en el baño, comprobando que no haya bichos allí. El moho del sellador en las esquinas también le da ganas de vomitar.

Casi lo hace, tragándose la bilis que sube por su boca mientras abre el grifo para que el agua esté un poco más caliente de lo que probablemente sea bueno para su piel. Se mete dentro, con cuidado como siempre de no tocar las paredes de la ducha.

Tan... sucio. Todo está tan sucio.

Sigue soltando gemidos ahogados mientras frota su cuerpo con una toalla de mano y demasiado jabón. Se frota la piel con tanta fuerza que le duele. Si pudiera, simplemente se desharía de su epidermis.

Su piel se enrojece. Le duele el antebrazo. Chuuya se lava bien el cabello y sale de la ducha en un tiempo récord de seis minutos.

Mira temeroso su toalla por un momento, agarra el borde de la misma e inspecciona cada centímetro antes de dejar que toque su cuerpo.

Apenas se ha secado cuando empieza a ponerse una camiseta gris de manga larga y unos pantalones cortos de algodón sobre el cuerpo aún húmedo. Se pone unos calcetines y vuelve a ponerse los Docs después de comprobarlos todos de nuevo, mete sus artículos de aseo en la maleta y hace el último barrido más rápido de la historia de la humanidad antes de salir de allí.

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