Caperucita y el club Loup Rouge

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   La joven Capucine pegó la nariz contra el cristal de la ventana, y a través del vaho que dejaba su aliento observó las calles de su barrio, en la ciudad de Kalkalis

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   La joven Capucine pegó la nariz contra el cristal de la ventana, y a través del vaho que dejaba su aliento observó las calles de su barrio, en la ciudad de Kalkalis. En cada esquina de las aceras se erguía un abeto decorado con manzanas de vidrio, cintas y flores de papel. Ya los primeros copos de nieve blanqueaban las ramas de los árboles, y las luces de colores en ventanas y techos teñían el blanco del empedrado de las calles.

   Era la mañana del día de Nochebuena, y en casa de las Rousseau no había muchos ánimos de celebración. Tan solo Capucine se había esmerado en colgar ramos de muérdago en los dinteles de las puertas, decorar las paredes con banderolas y guirnaldas, dejar sus zapatos y calcetines delante de la chimenea...

   ―¡Capucine! ―la llamó su madre desde la cocina. Ella enseguida se apartó de la ventana y corrió a la calurosa sala repleta de calderas de vapor, ollas y hornos siempre en funcionamiento.

   ―Dime, madre ―dijo Capucine, obediente y atenta a los aromas dulces que desprendían los hornos.

   ―Anoche tu abuela envió un telegrama. Parece que el viaje del que ha vuelto la dejó tan agotada que no podrá venir a visitarte.

   ―¿Pasaremos otra Navidad sin la abuela? ―dijo Capucine, entristecida.

   ―Déjame terminar. ―La señora Rousseau frunció el ceño―. Escribió que desea darte un regalo en persona, así que...

   ―¿Iré a la casa de la abuela? ―se apresuró a decir Capucine, y agitó los brazos y dio saltitos mientras giraba como un trompo―. ¿Cuándo? ¡Cuándo!

   La señora Rousseau puso los brazos en jarra, los puños tensos en las caderas, y Capucine recuperó la actitud obediente.

   ―El trabajo me desborda, Capucine. Tengo una centena de pedidos para esta Nochebuena, y para Navidad ni te imaginas. Mientras yo esté aquí, transpirando entre pollos rellenos y gansos caramelizados, tú partirás hacia la casa de la abuela. ―Metió la mano en el delantal, rebuscó entre recetas y billetes de lotería, hasta que sacó un papel repleto de manchas de grasa―. Por la dirección del telegrama, parece que ha vuelto a mudarse. Ahora vive en la primera casa de la avenida principal, al otro lado del Bosque de Chatarras.

   ―¿Y eso... dónde está?

   ―Tienes edad suficiente para manejarte sola, Capucine. ―Le agarró la mano y le estampó el papel en la palma―. Ahí tienes la dirección. Ve y pregunta por allí. Te necesito de regreso antes de medianoche.

   ―¿Colgaremos juntas caramelos y nueces en el árbol de Navidad? ―preguntó Capucine, con toda la inocencia brillando en sus ojos y vibrándole en la voz.

   La señora Rousseau agitó la mano como si apartara un olor desagradable.

   ―No, Capucine. Cuando termine con las entregas, esta cocina estará hecha un desastre. Me ayudarás a limpiarla.

Caperucita y el club Loup RougeWhere stories live. Discover now