Conectando sus orbes, provocando que lentamente bajara el objeto, quedando el brazo a un costado, y ella se hiciese con facilidad al artificio.

Tragó grueso.

Asintió lentamente rogándole con la mirada que lo soltase, ya que su amenaza velada no había surtido el efecto deseado.

Ese intento si dio en el blanco.

Repasó su escrutinio por los dos nuevamente, y percibió como la sonrisa sínica de Sebastien desapareció, dejando a su paso un rostro libre de emociones, algo magullado, pero no por eso menos intimidante.

Ahora ella era la que se llevaba la atención principal.

No la deseaba.

Lo único que quería era correr.

Partir muy lejos como la cobarde que se sentía, solo para no enfrentar la verdad que le abofeteaba la cara.

Cuanto deseaba continuar en la completa ignorancia.

Aparentar que seguía ciega.

Creyendo en el amor que le profesaba el rubio, cuando lo más probable es que hasta besándole rememoraba los labios de alguien más.

—Déjanos solos Albemarle —esta vez la voz que se escuchó, y no fue para nada amigable era la Adler, que la hizo respingar por su brusquedad.

—Olvidas que estas en mis dominios, y... —trató de refutar el Conde, pero de un gruñido le silenció.

—El que se está pasando por alto un pequeño detalle aquí, eres tú —los vio aproximarse de nuevo para enfrentarse, pero como pudo se ubicó en medio de estos.

Tenía instintos arriesgados rozando los suicidas, excusándose con el argumento de que jamás pensaba con sensatez, así que, actuar de esa manera no llegaría de improvisto.

» Porque con la que estabas a solas es mi esposa —rugió perdiendo sus casillas.

Nunca lo había visto de aquella manera.

Estaba más fuera de sí, que antes de aparecer en la escena.

—Una esposa, que aparentemente prefiere pasar su noche con alguien más interesante —no podía ser posible que estuviese insinuando aquello.

—Si no dejas de mentir y sales por esa puerta, la que te apuntará y disparará con profunda satisfacción seré yo —no estaba jugando —. Y tienes que considerar, que por más de que mi hermano me trató de coordinar suelo ser un desastre —predecible —. Así que no le sumes más problemas a tu existencia —en su voz no se sentía ápice de duda, aunque por dentro temblaba.

—Hasta donde tenía entendido, la reunión era conmigo —la sonrisa de medio lado que implementó, le afirmó que la estaba pasando en grande con su dilema.

Disfrutando como nada llevar al límite a Adler.

Ventajas de conocerlo toda una vida, puesto que sabia con qué y cómo llegar a los nervios del que una vez consideró hermano.

Siendo irónico por donde se le viera, porque lo eran.

—Tienes un punto, pero hay prioridades y entre esas está el —señaló a su esposo con la mano en la que se cargaba la pistola, aunque poco prestó atención cuando este se tensionó —. Y siempre lo será, así que por favor... —apuntó a la entrada, no muy dispuesta a permitir que le sacaran de un despacho que no le pertenecía.

¿Descarada?

Como ninguna.

En ese aspecto él no tendría por qué refutar algo, cuando fue quien maquinó aquella idea tan siniestra.

PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY SINVERGÜENZA) © || Saga S.L || Amor real IIWhere stories live. Discover now