—¿Cuánto tiempo te tomó arrojar el proyectil a tu compañero? —. Esa fue su pregunta, así comenzó lo que pensaba era un interrogatorio. Sin mirarme, sin voltear. Solo la pregunta.

Naturalmente no supe que decir, además no sentía ganas de usar mi poco tiempo de voz con alguien con un aspecto tan temible como él.

—Tus superiores me informaron que eres callado, no dijeron nada de que eres sordo—. Dijo, luego giró su cuerpo y me dejó ver su rostro, usaba una capucha que ocultaba su cuello, orejas, barbilla y cabello, y su rostro estaba pintado con una tintura rojo oscuro por encima de los ojos, lo que resaltaba el dorado de sus pupilas—. ¿Cuánto tiempo te tomó arrojar el proyectil?

—Unos segundos. En realidad no estaba pensa...

Una daga, delgada, redonda y de hierro puro se clavó el respaldo de la silla a un milímetro de mi cara.

Cuando volví a voltear a ver al hombre, éste estaba en la misma posición que antes. Jamás vi en qué momento movió la mano o en qué momento lanzó la daga. Y lo admito, eso me impresionó.

—Eres un niño inexperto, atacar sin pensar será la muerte para ti —. Dijo sin alterar ni un poco su voz—. Cuando atacas, siempre debes hacerlo con la conciencia fría, sin dejar que las emociones te gobiernen, de lo contrario provocas accidentes.

Con una sola genuflexión de su brazo, la daga clavada en mi silla salió disparada de regreso a su mano, justo ahí descubrí que tenía un hilo muy delgado y transparente atado al mango.

—¿Qué va a hacer conmigo? —. Pregunté finalmente.

—Tu comandante nos llamó luego de sacarle la verdad a esos gusanos—. Explicó refiriéndose a mis compañeros—. Si bien el ejército de su majestad el señor del fuego Ozai aprecia a los soldados decididos y con instinto, tus superiores aquí dicen que no sientes mucho afecto por tus compañeros, pero resaltan tus impresionantes habilidades con el arco ¿Es eso cierto? —. Me preguntó inclinando la cabeza un poco, por lo demás apenas se movía.

—Lo es—. Para ese punto yo había adivinado que era responder o morir.

—Bien.

Con toda tranquilidad, se quitó el arco del torso, lo dejó frente a mí y de su carcaj tomó una flecha que clavó en la madera del suelo junto al arco.

Yo lo miré sumamente confundido.

—¿Qué espera que haga? —. Pregunté sin aguantar más el silencio.

—Espero que logres matar al halcón antes de que escape, o los espías del reino tierra que están a 300 kilómetros al oeste de nuestra posición, sabrán que el general Fang planea enviar 4000 tropas a la provincia de Yanui en el sur.

Me respondió mirando nuevamente hacia la ventana.

Yo miré incrédulo a donde él y para mi sorpresa, pude ver la pequeña silueta de un halcón sobrevolando los pinos. Debía estar a unos 300 metros y se movía muy rápido. Además de que no podía calcular la fuerza del viento por estar dentro y suponía que no me dejaría salir para hacer el disparo, no, el extraño a mi lado esperaba que usara su arco y disparara su flecha atreves del cristal, sobre un viento que no podía calcular y que de milagro le diera a un halcón a más de 300 metros.

—30 segundos, tu disparo ideal fue hace 5—. Dijo sin alterarse.

Lo miré, luego al halcón, luego la flecha, luego al halcón, luego a él.

—20 segundos.

Salté de la silla, tomé la flecha y me costó demasiado desenterrarla de la madera.

—10 segundos.

El halcón estaba ya a 400 metros, las copas de los pinos se inclinaban unos centímetros, el viento debía ser de unos 3 o 4 nudos.

—5 segundos.

Saqué la flecha, tomé el arco, era muy pesado, puse la flecha en la cuerda, tiré, no se movió, era como intentar levantar una tonelada

—3 segundos.

Un intentó final, puse toda mi fuerza, miré al halcón, estaba ya a 500 metros, viento de 5 nudos, cristal de 15 milímetros.

—1 segundo.

Flecha fuera.

El cristal se estrelló y partió en mil pedazos, dejando un recuadro completamente sin nada. La flecha viajó en línea torcida por el aire, se desvió 4 metros y rosó (o eso me pareció) al halcón en el ala izquierda, luego de eso la flecha se perdió en la nada.

—Lo siento—. Dije mirando al hombre que ni siquiera me prestaba atención.

Él dio un paso hacia mí, me arrancó el arco de las manos, sacó una flecha nueva y tensando la cuerda sin esfuerzo alguno, tiró una segunda flecha.

La punta atravesó el cristal de su lado de la ventana sin hacerle más daño que el pequeño círculo que dejó al atravesar, luego viajo perfectamente derecha, hizo una parábola al viento e impactó justo en el tórax del ave, la cual estaba a 600 metros y cayó como una roca se hunde en el agua.

—Cuando disparas, no piensas en nada, no hay cristal, no hay distancia, no hay gente observando, solo eres tú, tu arco, la flecha y tu objetivo. Esas son las cualidades que definen a un verdadero buen arquero, no la puntería, no la habilidad de matar a un niño idiota por decir estupideces, la precisión, de aquí—, me tomó del brazo —. Y de aquí—. Puso su dedo en mi frente—. Bienvenido a los arqueros Yuyan, chico.

Tras decir esto, dio media vuelta y avanzó hasta la puerta.

—Pero fallé— Dije señalando mi lado de la ventana y luego el suyo.

—Un Yuyan nunca falla, es algo que aprenderás en tu nuevo entrenamiento—. Salió de la sala—. A menos que quieras quedarte.

Y no quería quedarme, así que di media vuelta y me fui con él. Lo más triste de todo, es que estaba genuinamente feliz, eso además de estar impresionado, pues en serio creí que ese hombre, que tiempo después supe se llamaba Keizan, me llevaría a un lugar donde las cosas fueran diferentes.

No lo fueron, por el contrario fueron peores. 

El diario de LongshotWhere stories live. Discover now