Capítulo 3

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Megan

Al acabar las clases salí de la universidad con mis amigos Lay y Alice. Estoy en el último año de magisterio, me encanta el mundo de la enseñanza. Siempre me ha gustado eso de andar con niños correteando a mi alrededor.

—¿Quieres salir ya del trance? Ese tío es un imbécil — Alice me agarró del brazo y me detuvo antes de que entrara en su coche.

—Déjala, se ha enamorado.

—No me he enamorado — dije enfurruñada, pero me ignoraron por completo.

—¿Y? Yo solo quiero que esté con alguien que merezca la pena y que llegue a su altura, y ese está claro que no cumple ninguna de las dos cosas.

—Si ni si quiera has hablado con él —puntualicé.

—Pero según lo que nos has contado y por cómo va vestido tiene pinta de ser de esos que se lían contigo y te dejan tirada en la cama para irse después con su novia. Ni hablar.     

Puse los ojos en blanco y ambas miramos a Lay, que estaba mordisqueando un trozo de regaliz rojo con total tranquilidad.

—¿Qué?

—¿Tengo razón o no?

—Lo que creo es que estás juzgando sin pensar —le dio otro mordisco al regaliz.

—Eso es lo que quiero decirte —me crucé de brazos —. Y, por segunda vez, no me he enamorado. Solo me parece un chico... interesante.

Me miraron con ironía.

—Pero interesante como amigo. Nada más.

—Como amigo — repitió ella, subiéndose al coche.

Nunca fui una chica que buscase objetivos fáciles. Lo fácil nunca fue una opción.
Sinceramente, no sé qué tiene ese gruñón que me hizo acercarme, pero sé que no ha sido un error. Sé que lo volveré a ver.

Lay y yo imitamos a Alice y nos dejó en a cada uno en nuestra casa.
Vivo en un pequeño piso con mi padre y mi hermano, pero es como si viviésemos solos. Siempre está de aquí para allá y casi nunca le veo en casa. Aunque, ese día sí que estaba allí.

—Buenas, chiquitina.

—¿Cuántas veces te he dicho que no me llames así? Ya soy mayorcita.

—Siempre serás mi chiquitina —me acerqué y le di un beso en la mejilla —.¿Qué te pasa? Estás muy contenta.

—Siempre estoy así, papá.

—Pero hoy algo diferente. Venga, cuéntamelo — me miró con una ceja levantada. De pequeña siempre intentaba imitar ese gesto tan complejo, pero nunca fui capaz.

—No ha pasado nada diferente, de verdad.

—Sé a la perfección cuándo estás mintiendo —abrió los ojos como platos en un instante —. No habrás conocido a alguien nuevo, ¿verdad?

—¡¿Qué?! — exclamé con voz aguda — ¿A quién voy a conocer? Si estamos los mismos de siempre.

—Suéltalo.

No me quedó más remedio que rendirme. Era imposible batallar contra él.

—Vale, sí. Pero solo quiero que sea mi amigo.

—Ya, tu amigo. ¿Cómo se llama?

—No lo sé — admití algo avergonzada.

—Es decir, que te has enamorado de un desconocido.

—¡Qué no me he enamorado!

—Eso dicen todos los que están enamorados — se encogió de hombros y desvió la mirada.

Cuando aprendamos a vivirWhere stories live. Discover now